grabados rupestres

donde se unen la tierra y el cielo

donde se unen la tierra y el cielo
En La Palma, la arqueología y la astronomía han cruzado las miradas, unos al suelo y otros al cielo, para coincidir en una misma dirección, interrelacionando las observaciones hasta confirmar la importancia de los atros entre los antiguos habitantes de Benawara.
“adoraban al Sol, la Luna y otros planetas” (Alvise Ca’da Mosto, 1455-1457)

"Quienes tratan de interpretar símbolos en sí mismos miran la fuente de luz y dicen:"no veo nada". Pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina. E igual pasa con el simbolismo" (Dan Sperber).





domingo, 14 de febrero de 2010

La gestión de los pastos para el ganado en las cumbres de La Caldera

Factores demográficos, económicos, tecnológicos y sociales desempeñaron un papel importante en la optimización de los recursos naturales en una isla como La Palma. La alteración del paisaje se relaciona directamente con el uso de los recursos de la subsistencia: el aprovechamiento de la madera y los pastos como reflejo de su capacidad política para implementar o mantener una decisión sobre un territorio. Ahora bien, el paisaje no puede ser reducido exclusivamente a una dimensión económica.
Establecieron acuerdos firmes y vinculantes sobre los derechos de pastos, la cría de ganado, el intercambio de bienes y el matrimonio. La gestión de los territorios de pastoreo era vital para la subsistencia de la comunidad -referido a toda la Isla-. Los primeros awara que llegaron a La Palma encontraron un verdadero vergel para sus ganados. Los pastos son muy abundantes sobre un territorio elevado, lo que permite una flexibilidad de aprovechamientos de los distintos pisos vegetales en diferentes períodos del año. No podemos seguir avanzando en el conocimiento de los pueblos prehistóricos de Canarias si no miramos a las culturas imazighen que todavía sobreviven en el Norte de África. En este sentido, es muy útil el correo electrónico que nos envió Emiliano Oliva Hernández con un documental sobre el sistema ancestral del agdal que los mesioua crearon para gestionar el yagur -territorio de pastos para el ganado pertenecientes a los pueblos beréberes del Alto Atlas marroquí-.
El agdal es un sistema de origen bereber que consiste en la reglamentación del acceso a un recurso natural, siendo utilizado prácticamente por todas las tribus beréberes del Alto Atlas y del sur de Marruecos. Este recurso puede ser un bosque, forraje para las cabras y las ovejas, o incluso, una tierra de labranza. El agdal se rige por unas fechas concretas de apertura y cierre de un espacio durante un periodo determinado del año. Esto favorece significativamente la conservación de los ecosistemas y la biodiversidad, y por otra parte, la cohesión social en la gestión de los recursos naturales de subsistencia de los pueblos, reforzando así la convivencia y su sentido de grupo entre las tribus, familias o aldeas. Es un principio de igualdad que se mide equitativamente entre todos. Su base tiene unos claros fundamentos de producción material y económica, pero con una fuerte influencia religiosa, donde el sentido de lo sagrado construye un significado que ordena el territorio de diversas fracciones repartidas en los valles de la cordillera del Atlas. La mayoría de las distintas comunidades tribales todavía rinden culto a un santo o santón que constituye el referente unificador del grupo humano, al cual, después de la apertura del agdal y por medio de celebraciones rituales, ofrecen animales, vegetales, grano o mantequilla, augurando así la prosperidad y la fecundidad de la comunidad (http://www.antropologiavisual.net/2007/agdal-voces-del-atlas/).
Los awara fueron unos eternos trasterminantes -término que hace referencia a los desplazamientos cortos de costa a cumbre-. En verano, cuando el Sol ha quemado los pastos de las costas y medianías, se desplazan a los terrenos comunales de cumbre, demarcados en torno al contorno exterior próximo a la Caldera de Taburiente, por encima de los 1.800 m de altitud, donde empiezan a proliferar los campamentos, y las paredes internas del gran cráter de Taburiente.
Con toda seguridad, al igual que los pueblos imazighen del Atlas, el acceso a los pastos comunales de cumbre estaba regulado por un consejo que abarcaba a toda la Isla. Durante unos 3 o 4 meses, en primavera, se cerraban estas áreas de pastoreo al ser el período más sensible de crecimiento y reproducción de las plantas. No se pastoreaba las cumbres hasta que las semillas maduren, especialmente las de las gramíneas y otras plantas de ciclo corto. Evidentemente, el cierre no se hace con barreras físicas sino por la moral y los derechos tradicionales. Esto no quita que hubiera otras zonas de pastoreo permanente en la Isla -costas, medianías, Cumbre Vieja y Cumbre Nueva-. Es un sistema usado para permitir la reproducción de las plantas del año siguiente. La entrada de animales durante el cierre estaba castigada por leyes consuetudinarias.
A partir de marzo comienza sutilmente la floración de las cumbres, los alhelíes primero, la violetas después, son las primeras en enseñar sus encantos lilas, hasta que el amarillo comienza a monocromar el paisaje. Su máxima madurez se produce en junio/julio. ¿Sería la llegada del solsticio o lunasticio de verano el instante que marca la apertura de los campos de pastoreo comunales de cumbre? No lo sabemos, el mundo mágico-religioso refuerza el sistema de pastoreo. Son los dioses los que mandan en estos territorios sagrados. La norma ritual de verano entre los mesioua del Atlas consistía en sacrificar animales para conciliar las fuerzas telúricas, los demonios, y así favorecer la fecundidad de los propios animales, de los hombres, la vegetación, la lluvia, etc. Todo va junto. Es toda una demostración de sabiduría. El sentido de comunidad está fuertemente arraigado en estos pueblos ancestrales. En verano, las cumbres más altas de La Palma se convertían en un hervidero por el trasiego humano y animales, momento que se aprovechaba para estrechar las relaciones sociales.
A partir del siglo XVI, se inicia una nueva era. A la vez que los pastores históricos van incumpliendo la norma ancestral, se impone el individualismo sobre la comunidad, los pastizales se desacralizan y se convierten en objeto de explotación económica. Ahora no son los dioses los dueños del territorio, son los hombres. Esa individualidad los lleva a no respetar algunas normas y suben los animales antes de que las semillas maduren, lo que provoca la pérdida de la nueva generación de plantas y la consiguiente desaparición de las especies más frágiles, así como la propagación de las más resistentes -codeso-. Los pastizales se sobreexplotan y pierden calidad. Definitivamente, los humanos se adueñaron del territorio más sagrado de la Isla. En la década de 1980 se prohibió el pastoreo en las cumbres para dar paso a impactantes construcciones del IAC (Instituto Astrofísico de Canarias), siendo Parques Nacionales la encargada de recuperar parte de la flora que está en peligro de extinción.