Nuestra experiencia desde la PREPOAS (Prehistoria de Posición Astronómica) nos ha demostrado que el conocimiento científico, de apenas 200 años de existencia, es demasiado joven para poder interpretar el conocimiento mítico, con más de 30.000 años de antigüedad. No podemos borrar de golpe la ideología de las decenas de miles de pueblos que han existido sobre la faz de la tierra desde que el hombre hizo su aparición.
Por otro lado, rara vez el pensamiento antiguo se dirige hacia realidades en el mismo nivel que lo hace la ciencia moderna. En este sentido, es necesario, de una vez por todas, cambiar la imagen tradicional que nos formamos de los pueblos “primitivos” empezando por el método de investigación.
Debemos empezar por integrar al hombre con el medio natural que lo ha modelado hasta desempeñar un papel de objetos de pensamiento. Percibe pasivamente los movimientos y los cambios de la naturaleza terrenal y celestial. Luego forma los conceptos y experimenta mediante su lógica general y particular.
Preguntándose por la naturaleza del pensamiento mítico, F. Boas llegó a la conclusión, en 1914, de que los humanos manifestaban una predilección grande por todo lo que vive en la naturaleza, los cuerpos celestes y otros fenómenos naturales.
Los primeros pobladores de las Islas Canarias, procedentes del norte de África, llegaron con una misma idea de pensamiento mítico en diversidad de formas. Si concretamos en los que poblaron la isla de La Palma, los awara, esperamos encontrar, como es lógico, distinciones aplicables a una cultura y a un territorio diferenciado.
Desde este momento, el hombre (los awara) y el mundo (una isla, benawara) se convierten en espejo el uno del otro. Pronto supieron elaborar métodos razonables, desde su idea preestablecida, sobre el paisaje que los rodea. Se trata de un pensamiento intemporal que quiere captar el mundo como totalidad sincrónica y diacrónica al mismo tiempo, llegando a conocer secretos de la naturaleza que nosotros nunca llegaremos a saber. La prehistoria de La Palma nos ha desvelado la existencia de tres formas materiales diferenciadas de culto: amontonamientos de piedras situados en las cumbres que contornean la Caldera de Taburiente, canales y cazoletas excavadas en la toba volcánica y símbolos con formas geométricas, esquematismo humano y alfabeto grabados en la roca. Una multitud de imágenes simultáneas aunque diferentes, cada una de las cuales aporta su particular conocimiento, pero cuyo conjunto se caracteriza por propiedades invariables conectadas en una misma verdad que facilitan la inteligencia del mundo. Por lo tanto, describen un pensamiento de conceptos sumergidos en imágenes de razón construida o conjuntos estructurados por medio de un conjunto estructurado en unas reglas escogidas y conservadas de entre todas las posibles hasta llegar al equilibrio. Esto es, concebido y actuado.
Gracias a la PREPOAS, en La Palma descubrimos, al menos en parte, un sistema coherente que de ninguna manera podríamos ni si quiera intuir sólo desde la arqueología. Cuando se quieren estudiar tan sólo restos materiales hay que mirar cerca de sí, pero para estudiar un elemento material de carácter religiosos hay que aprender a dirigir la vista a lo lejos.
Un procedimiento que une todos los elementos religiosos, de pensamiento mítico, debe aplicarse en conjunto, acompañado de reglas de acción, para descifrar los mensajes significantes dados en códigos antiguos que debemos traducir a nuestro propio sistema de mensajes.
Este sistema, al que hemos tenido acceso, permite captar el universo natural y social del pueblo que lo creó. “El conjunto constituye, pues, una suerte de aparato conceptual, que filtra la unidad a través de la multiplicidad, la multiplicidad a través de la unidad, la diversidad a través de la identidad y la identidad a través de la diversidad” (C. Lévi-Strauss (2002): “El pensamiento salvaje”).
Llegados a este punto, sería conveniente reflejar la elección de los lugares y la distribución de los elementos religiosos en el medio natural en función de un esquema cósmico: básicamente las posiciones extremas noreste y sureste, noroeste y suroeste del Sol y la Luna; esto es, solsticios en el mayor de los casos y lunasticios en el menor de los casos.
A diferencia de nuestra sociedad racional, los awara nunca se opusieron a los seres ni a los objetos de la naturaleza que los rodeaba, pues en ella encontraban toda razón de ser. Las respuestas últimas están en el inmenso cosmos. Entonces se comprende que una observación atenta y meticulosa, vuelta por completo hacia lo concreto, encuentre en el simbolismo, su principio y su culminación a la vez. La mentalidad antigua que posee y utiliza una sabiduría milenaria, no se preocupa, sin embargo, apenas de extenderlo y profundizarlo. Se contenta con trasmitirlo tal como lo ha recibido. No lo aprecia como nosotros.
Las formas que presentan los más de 10.000 grabados rupestres que todavía existen en La Palma son bastante complejas. Esa variedad no era lo importante, no les interesaba más que cuando le permitía adivinar lo que estos poseen de influencia. La fantasía del artista sólo actúa libremente dentro de unos límites bastante estrechos. Aquí está impresa parte de la compleja mente prehistórica, su esencia como sociedad que participa en intimidad con sus dioses cósmicos. Se trata de imágenes fieles de representaciones tradicionales, de modelos reproducidos del cosmos.
Lo mismo podemos decir del resto de las expresiones de representaciones colectivas más sagradas, los amontonamientos de piedras y de los canales y cazoletas. Ahora bien, se les atribuyen papeles diferentes aunque integrados en el mismo sistema de significaciones. Sirven para organizar el espacio y el tiempo.
Por otro lado, rara vez el pensamiento antiguo se dirige hacia realidades en el mismo nivel que lo hace la ciencia moderna. En este sentido, es necesario, de una vez por todas, cambiar la imagen tradicional que nos formamos de los pueblos “primitivos” empezando por el método de investigación.
Debemos empezar por integrar al hombre con el medio natural que lo ha modelado hasta desempeñar un papel de objetos de pensamiento. Percibe pasivamente los movimientos y los cambios de la naturaleza terrenal y celestial. Luego forma los conceptos y experimenta mediante su lógica general y particular.
Preguntándose por la naturaleza del pensamiento mítico, F. Boas llegó a la conclusión, en 1914, de que los humanos manifestaban una predilección grande por todo lo que vive en la naturaleza, los cuerpos celestes y otros fenómenos naturales.
Los primeros pobladores de las Islas Canarias, procedentes del norte de África, llegaron con una misma idea de pensamiento mítico en diversidad de formas. Si concretamos en los que poblaron la isla de La Palma, los awara, esperamos encontrar, como es lógico, distinciones aplicables a una cultura y a un territorio diferenciado.
Desde este momento, el hombre (los awara) y el mundo (una isla, benawara) se convierten en espejo el uno del otro. Pronto supieron elaborar métodos razonables, desde su idea preestablecida, sobre el paisaje que los rodea. Se trata de un pensamiento intemporal que quiere captar el mundo como totalidad sincrónica y diacrónica al mismo tiempo, llegando a conocer secretos de la naturaleza que nosotros nunca llegaremos a saber. La prehistoria de La Palma nos ha desvelado la existencia de tres formas materiales diferenciadas de culto: amontonamientos de piedras situados en las cumbres que contornean la Caldera de Taburiente, canales y cazoletas excavadas en la toba volcánica y símbolos con formas geométricas, esquematismo humano y alfabeto grabados en la roca. Una multitud de imágenes simultáneas aunque diferentes, cada una de las cuales aporta su particular conocimiento, pero cuyo conjunto se caracteriza por propiedades invariables conectadas en una misma verdad que facilitan la inteligencia del mundo. Por lo tanto, describen un pensamiento de conceptos sumergidos en imágenes de razón construida o conjuntos estructurados por medio de un conjunto estructurado en unas reglas escogidas y conservadas de entre todas las posibles hasta llegar al equilibrio. Esto es, concebido y actuado.
Gracias a la PREPOAS, en La Palma descubrimos, al menos en parte, un sistema coherente que de ninguna manera podríamos ni si quiera intuir sólo desde la arqueología. Cuando se quieren estudiar tan sólo restos materiales hay que mirar cerca de sí, pero para estudiar un elemento material de carácter religiosos hay que aprender a dirigir la vista a lo lejos.
Un procedimiento que une todos los elementos religiosos, de pensamiento mítico, debe aplicarse en conjunto, acompañado de reglas de acción, para descifrar los mensajes significantes dados en códigos antiguos que debemos traducir a nuestro propio sistema de mensajes.
Este sistema, al que hemos tenido acceso, permite captar el universo natural y social del pueblo que lo creó. “El conjunto constituye, pues, una suerte de aparato conceptual, que filtra la unidad a través de la multiplicidad, la multiplicidad a través de la unidad, la diversidad a través de la identidad y la identidad a través de la diversidad” (C. Lévi-Strauss (2002): “El pensamiento salvaje”).
Llegados a este punto, sería conveniente reflejar la elección de los lugares y la distribución de los elementos religiosos en el medio natural en función de un esquema cósmico: básicamente las posiciones extremas noreste y sureste, noroeste y suroeste del Sol y la Luna; esto es, solsticios en el mayor de los casos y lunasticios en el menor de los casos.
A diferencia de nuestra sociedad racional, los awara nunca se opusieron a los seres ni a los objetos de la naturaleza que los rodeaba, pues en ella encontraban toda razón de ser. Las respuestas últimas están en el inmenso cosmos. Entonces se comprende que una observación atenta y meticulosa, vuelta por completo hacia lo concreto, encuentre en el simbolismo, su principio y su culminación a la vez. La mentalidad antigua que posee y utiliza una sabiduría milenaria, no se preocupa, sin embargo, apenas de extenderlo y profundizarlo. Se contenta con trasmitirlo tal como lo ha recibido. No lo aprecia como nosotros.
Las formas que presentan los más de 10.000 grabados rupestres que todavía existen en La Palma son bastante complejas. Esa variedad no era lo importante, no les interesaba más que cuando le permitía adivinar lo que estos poseen de influencia. La fantasía del artista sólo actúa libremente dentro de unos límites bastante estrechos. Aquí está impresa parte de la compleja mente prehistórica, su esencia como sociedad que participa en intimidad con sus dioses cósmicos. Se trata de imágenes fieles de representaciones tradicionales, de modelos reproducidos del cosmos.
Lo mismo podemos decir del resto de las expresiones de representaciones colectivas más sagradas, los amontonamientos de piedras y de los canales y cazoletas. Ahora bien, se les atribuyen papeles diferentes aunque integrados en el mismo sistema de significaciones. Sirven para organizar el espacio y el tiempo.