Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”. Ingmar Bergman
Vivimos en un archipiélago de mágicos paisajes donde la belleza cautiva por su originalidad. La mayoría de las islas poseen abruptas cumbres con imponentes desniveles que incitan a la admiración, a las emociones, incluso en aquellas islas más bajas, las elevaciones volcánicas emergen de la planicie con fabuloso cromatismo y distinción. Ellas mismas (las montañas) incitan a recorrerlas, a estar y permanecer, a vivirlas y a descubrir su interés cultural. Todavía hoy permanece un halo de espiritualidad que acompaña a muchos de los que escuchan y sienten la fuerza de la eminencia. Por ello, aventurarse por la montaña siempre ha representado una empresa rica en implicaciones anímicas, relacionadas con la ascensión y, a menudo, narradas mediante símbolos fuertemente arraigados en la mitología. Así pues, podemos constatar que el arquetipo de ascensión se revela ya en los comportamientos religiosos de la prehistoria y, luego, se consolida en la realidad cultural del ser humano mediante múltiples connotaciones que oscilan entre religión y superstición, leyenda e historia.
Prácticamente todas las culturas y civilizaciones han divinizado una o varias montañas y las han personificado de manera particularmente significativa en el interior del misticismo local. Por ello, acercarnos a la majestuosidad de la montaña es todo un ejercicio de arqueología espiritual. Cualquier saliente rocoso destacado en el terreno puede ocupar un lugar enfatizado en el paisaje mitológico de muchos pueblos, encima, si esos salientes se encuentran en las alturas se pueden convertir en morada de las divinidades. Es normal encontrarlas con un buen número de significados: la montaña en los relatos cosmogónicos y legendarios, la montaña como morada de espíritus, la montaña como residencia divina, la montaña del mundo, la montaña personificada y objeto de culto y la montaña sagrada artificial: pirámides, túmulos…
Ahora estamos en mejores condiciones de poder dar respuesta a los numerosos interrogantes que nos plantea la vinculación entre los primeros canarios y las cimas. Por ejemplo ¿qué paradigmas de contacto practicaron los canarios con la montaña? ¿Qué características físicas fueron significativas? ¿Qué tipo de respuestas se pueden obtener sobre la base de los registros literario y arqueológico? ¿Por los restos encontrados, podemos considerarlas lugares de culto? Los primeros textos etnohistóricos de Canarias recogen perfectamente los principales fundamentos de la sacralidad de la montaña. Valga una muestra en la cita de Leonardo Torriani para la isla de La Palma: “... en la cumbre de las montañas llamadas Tedote; y encima de ésta hacían sus sacrificios de leche y manteca”. Ahora bien, recorrer las montañas más elevadas de las Islas Canarias nos percató de la existencia de otro territorio colectivo cultual cuyo significado nos había pasado desapercibido. Para los antiguos canarios la veneración de la montaña es algo trascendente. En las cumbres más altas, la tierra deja de ser terrenal y se funde con el firmamento. La montaña es el templo más sagrado, eje astronómico y punto central donde el Sol, la Luna y las estrellas se reencuentran todos los años.
Por las cumbres de la Caldera de Taburiente, en la isla de La Palma, se dispersan los únicos (más de 60) amontonamientos de piedras descubiertos en la Isla. Son verdaderas imágenes del mundo de forma circular con un perímetro de grandes piedras que ganan altura al acumularse las rocas en su interior. Establecen un vínculo directo o religación con la montaña más destacada a la vista y el orto solar durante el solsticio de invierno; esto es, el inicio del nuevo ciclo (revista Iruene nº 3, 2011).
Los almogarenes de montaña de Gran Canaria son recintos que van acompañados de torretas que tienen una precisa correspondencia con Las Pléyades en el momento de su ocaso antes del amanecer sobre el Pico Teide, intervalo que sucedía en los primeros días de noviembre para dar inicio a la sementera, la nueva temporada agrícola. El sistema comienza en la Montaña de Altavista y discurre en dirección Sur hasta Llanos de Gamona, gestionándose períodos temporales de 100 y/o 200 años -debido al desplazamiento del cúmulo de Las Pléyades- mediante una docena de almogarenes que se distribuyen por las cumbres de la Isla (revista iruene nº 5, 2013).
El espacio sagrado tiene por efecto destacar un territorio del medio cósmico circundante y de hacerlo diferente. Se revisten de signos, códigos y lenguajes que indican la sacralidad del lugar, la orientación, las formas… En Canarias son numerosas las elevaciones que sobresalen sobre el territorio que las circunda, siendo muchas de ellas partícipes de una sacralidad otorgada. Llegados a este punto podríamos citar Tindaya (Fuerteventura) que fue tallada de huellas de pie humano, Teide (Tenerife) referencia topográfica para los indígenas de otras islas o el Roque de Agando (La Gomera) como jalón para orientar diferentes construcciones y símbolos rupestres en correlación con el Sol, la Luna y algunas estrellas en instantes muy señalados en sus calendarios (Revista Iruene nº 2, 2010).