grabados rupestres

donde se unen la tierra y el cielo

donde se unen la tierra y el cielo
En La Palma, la arqueología y la astronomía han cruzado las miradas, unos al suelo y otros al cielo, para coincidir en una misma dirección, interrelacionando las observaciones hasta confirmar la importancia de los atros entre los antiguos habitantes de Benawara.
“adoraban al Sol, la Luna y otros planetas” (Alvise Ca’da Mosto, 1455-1457)

"Quienes tratan de interpretar símbolos en sí mismos miran la fuente de luz y dicen:"no veo nada". Pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina. E igual pasa con el simbolismo" (Dan Sperber).





viernes, 15 de febrero de 2008

La religión "preaxial" awara

Parece elocuente pensar que somos el resultado de un estilo social. Los modelos científicos derivan de la razón, pero cuando tratamos de reconstruir una sociedad ancestral y nuestro método falla, debemos buscar alternativas. Qué razonamiento podemos emplear cuando vemos que el cielo y la tierra han dejado de ser sagrados para convertirse en un recurso económico. Una educación puramente racional no basta. Los hechos lo demuestran y los arqueólogos, hasta el momento, no han dado ninguna explicación al tipo de pensamiento religioso prehispánico. Es más, creen que no hay solución a este tipo de interrogantes. La arqueología ha tomado un giro estéril y la realidad está fuera del alcance de sus métodos de trabajo.
Tenemos que aprender a ser autocríticos y admitir nuestra ignorancia. Una vez asimilada, estaríamos mejor situados para buscar otros caminos más fructíferos. La Universidad no se ciñe a un aulario, un departamento y una biblioteca; la Universidad existe en el espacio físico, y para doctorarse en la naturaleza hay que aprender a mirarla, a sentirla para entenderla mejor. Las clases prácticas son un ejercicio de arqueología espiritual. Algunos catastrofistas creen que en investigación arqueológica se ha llegado al techo, que poco o nada más relevante se nos puede manifestar.
En los momentos más turbulentos de guerras y cambios religiosos en el mundo (900-300 a. C.), todo el Mediterráneo se tambaleó con la sucesión de imperios y pueblos dominadores que conquistaron el norte de África, introduciendo los nuevos conocimientos de la “Gran Transformación axial” *, pero a los que escaparon numerosos pueblos nómadas bereberes, entre otros. Cuando las ideas religiosas púnicas, fenicias, griegas, romanas, cristianas e islámicas se sucedían en supremacía por el Magreb, el Archipiélago Canario permanecía aislado de todo, perviviendo con sus costumbres preaxiales hasta finales del siglo XV.
Con anterioridad, desde el 10.000 a. C., e incluso antes, empezó a fraguarse un tipo de creencia primigenia en un dios/a celeste, asociado con el firmamento, que todo lo abarcaba y en el que todos estaban sujetos a un orden cósmico. Incluso los dioses tenían que obedecer ese orden y cooperaban con los seres humanos en la preservación de las energías divinas del cosmos. El médium era el sacrificio de animales, práctica universal perfectamente documentada por la arqueología en Canarias. Acudían a una repetición de gestos, empezando, con cada ciclo solar, un nuevo proyecto mediante rituales que representaban la cosmología original (canales y cazoletas en verano y amontonamientos de piedras en invierno). El mundo sagrado era el prototipo de la existencia humana. En la religiosidad preaxial el sujeto no tenía individuación religiosa ante la divinidad, sometiéndose simplemente al movimiento comunitario para aplacar a los dioses o conseguir protección ante los desastres naturales. Las preaxiales son religiones cósmicas, fundidas con la naturaleza. Son, así mismo, religiones de etnia, de tribu, o de clan. Los antiguos habitantes de la isla de La Palma se llamaban a sí mismos awara, sin formar un grupo étnico diferenciado, de modo que ese término no era racial, sino una afirmación de orgullo, de pueblo. Junto a otros pueblos del norte de África formaron una red dispersa de grupos que compartían una cultura común, llegando a Canarias con las mismas tradiciones culturales y religiosas.
Su objetivo es conservador: preservar el orden, alimentar la unidad de la comunidad dentro de una visión tradicional y reclamar la fidelidad de sus miembros, mantener la armonía del ser humano con la naturaleza frente a la amenaza del caos, atraer la bondad de los dioses sobre la comunidad, asegurar el buen orden de las estaciones climáticas y alejar los desastres y la ira de los dioses. Pretenden fundamentalmente conservar la vida, no su transformación. El sistema religioso preaxial trata de conservar el equilibrio entre el bien y el mal y prevenir toda posible amenaza, pero no tiene en vista la transformación de la situación humana.
Los awara colonizaron una isla que pasó a ser benawara (la isla [la tierra] de los awara). Su horizonte es el mar, cuidaron sus rebaños de cabras, ovejas y cerdos. Sus asentamientos eran muy humildes, aprovechando las cuevas más espaciosas, construyeron cabañas modestas y uniformes que indicaban una sociedad igualitaria, donde la riqueza estaba distribuida de forma bastante igualitaria. No era un pueblo guerrero; a parte de las escaramuzas entre familias y facciones, no tenían ni enemigos no ambición por conquistar nuevos territorios en islas adyacentes. Celebraron fiestas para resaltar la solidaridad. Establecieron acuerdos firmes y vinculantes sobre los derechos de pastos, la cría de ganado, el matrimonio y el intercambio de bienes. Era una sociedad oral, no hacían efigies de sus dioses y usaban el ritual para mantener el orden del mundo. Estas acciones ceremoniales podían controlar las fuerzas de la naturaleza y hacer que la lluvia llegue en su tiempo y que los cuerpos celestiales permaneciesen en sus cursos fijados. El cielo se podía comunicar con la tierra y los humanos podían compartir la comida con los antepasados y los dioses. Tenían sus santuarios al aire libre, experimentaron el paisaje como algo rico en sentido espiritual, reverenciaron los elementos más destacados de su territorio (roques, montañas…), establecieron los cuatro puntos solsticiales y, por encima de todo, se veneraron una diosa del cielo (Abora). Los awara, al igual que Idafe, vigilaban y seguían los caminos del Sol. Era una religión pacífica y amable.

* Karen Armstrong (2007): “La Gran Transformación”.

No hay comentarios: