grabados rupestres

donde se unen la tierra y el cielo

donde se unen la tierra y el cielo
En La Palma, la arqueología y la astronomía han cruzado las miradas, unos al suelo y otros al cielo, para coincidir en una misma dirección, interrelacionando las observaciones hasta confirmar la importancia de los atros entre los antiguos habitantes de Benawara.
“adoraban al Sol, la Luna y otros planetas” (Alvise Ca’da Mosto, 1455-1457)

"Quienes tratan de interpretar símbolos en sí mismos miran la fuente de luz y dicen:"no veo nada". Pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina. E igual pasa con el simbolismo" (Dan Sperber).





jueves, 30 de agosto de 2007

Adaptación a la explotación de los recursos. La alimentación de los awara.

La fisiografía palmera viene determinada por su origen geológico volcánico, no sólo en la composición de rocas y minerales, sino también en sus principales accidentes morfológicos. Por otro lado, las condiciones climáticas están dirigidas por los húmedos y frescos vientos alisios del NE, la corriente fría de Canarias y la altitud. Con ello, tenemos un clima subtropical con numerosos microclimas tanto en las dos vertientes como en las diferentes altitudes. Recordemos que La Palma es una isla pequeña (729 km2, 47 km de N a S y 29 km de E a O) con alturas considerables que culminan en los 2.421 m (Roque de Los Muchachos, Garafía) y cortada por profundos barrancos, verdaderos pasillos de vida, desde las cumbres hasta el mismo mar.
El mapa geológico nos confirma el predominio de las coladas y piroclastos basálticos del llamado Segundo Ciclo Volcánico (Plioceno-Cuaternario) y en menor medida las coladas y piroclastos sálicos de La Caldera, huellas del volcanismo submarino en el Barranco de Las Angustias, depósitos de terrazas, algunos pitones sálicos como los de Jedey, Teneguía o Niquiomo y coladas y piroclastos basálticos del volcanismo reciente (pocos miles de años).
Todos estos factores condicionan la amplia y variada biodiversidad de la isla de La Palma. A grandes rasgos podemos diferenciar tres zonas:
* La vertiente noreste, con límites que abarcan un espacio amplio desde el Barranco de Fernando Porto o El Atajo (Garafía) hasta el extremo meridional de Fuencaliente.
* La vertiente suroeste, en el lado inverso.
* La zona de cumbre, que engloba todo el arco superior de la Caldera de Taburiente y la parte alta de Cumbre Vieja.
En consecuencia, las variaciones climáticas y los cambios de la vegetación son muy apreciables en las diferentes alturas, vertientes, disposiciones y nichos ecológicos. Ahora bien, los ecosistemas, a raíz de la presencia humana, incluyen algunos cambios intencionales como la introducción de especies domésticas (cabra, oveja, cerdo), el corte de troncos de arbustos, ramas o la quema anual de rastrojos para potenciar y facilitar la eclosión de plantas pirófilas, muy ricas en nutrientes para el ganado.
La colonización de La Palma supuso la posibilidad de afrontar una extraordinaria variedad de ecosistemas y de alimentos potenciales, diferentes a los de su lugar de origen en el norte de África. Esta variabilidad creó una flexibilidad asombrosa en la adaptación frente a la gran diversidad de circunstancias medioambientales que hallaron y explotaron; eso si, regulando la capacidad productiva para garantizar la supervivencia. La relación entre nichos ambientales y actividades económicas que en él se realizan es siempre compleja y posibilista, sujeta a circunstancias difíciles de justificar de manera concreta en el registro arqueológico.
Los diferentes entornos del medio insular inspiraron diversas respuestas y soluciones a los asuntos cotidianos. En consecuencia, la historia de los awara está totalmente condicionada por el medio, favoreciendo unos determinados resultados. Entonces, someterse a la variabilidad extrema de la naturaleza que los dirige es una actitud astuta, frente a los que intentan con demasiado ahínco cambiarla. En nuestra mente moderna, el referente de isla es sinónimo de paraíso; sin embargo, Felipe Fernández-Armesto (2002) nos recuerda que es fácil confundir estos excepcionales privilegios de la actualidad con una situación normal o verse seducido por la imagen tradicionalmente romántica de las islas, sobre todo las de los trópicos.
Durante gran parte de la historia las islas de tamaño reducido como La Palma, se han visto condenadas a la pobreza y a la inseguridad. Una superficie limitada conlleva una producción de víveres restringida y el aprovisionamiento desde el exterior no existe. Durante los 2.000 años de presencia aborigen, La Palma pasó por momentos de aislacionismo general y períodos cortos de relación exterior con las culturas mediterráneas, sin llegar a conformar ningún vivero de civilización. Su independencia se la dio el aislamiento. Y, en este caso, el mar actuó como confinante.
Económicamente los awara controlaron todas las franjas territoriales que discurren verticalmente desde el mar hasta la misma crestería montañosa, incorporando toda la diversidad ecológica del área. Cuando la población creció y se dividió en grupos, el territorio a su vez también se delimitó formalmente con marcas conocidas en los accidentes naturales, como barrancos, lomos y montañas. Ahora el hombre domina todos los ecosistemas de los que forma parte formulando una unidad con la naturaleza y creando un sistema mixto flexible que les permitía sobrevivir en circunstancias penosas.
La distribución y la organización de las familias estaban adaptadas a los patrones medioambientales y correspondían a los problemas de obtención de recursos. Los campamentos estables, en ciertos momentos (época estival), se movían respondiendo al ciclo estacional de la disponibilidad de recursos. Gran parte de los miembros de la familia se desplazaban a los campamentos en los pinares con sus rebaños, en las cercanías de fuentes de agua. Era una migración estacional muy bien definida en sus patrones culturales. La elección y duración de los asentamientos estaba determinada en primera instancia por la escasez o la abundancia de los recursos básicos del lugar. El uso de las escasas cuevas y el número de cabañas fluctúan entre la unidad, aisladas por otras en distancias cortas (cumbres de La Caldera) o distancias largas (Cumbre Vieja) y agrupaciones de varias construcciones, frecuentes en las montañas de la franja norte, este y centro de la Isla. Esta última consideración nos indica que el medio natural de La Palma ofrece abundancia junto a cierta escasez de recursos.
La práctica o sistema económico empleado por los awara en La Palma supone la perfecta adaptación a la explotación de los recursos subsistenciales que se encuentran en el entorno, desarrollándose localmente en combinaciones particulares mediante estrategias de subsistencia o de adaptación. Estos hombres y mujeres llegaron a tener un conocimiento exhaustivo de su medio ambiente, del cual dependían para su alimentación y para otros recursos. Nos puede parecer inverosímil cómo esta gente pudo sobrevivir tanto tiempo en un medio muchas veces hostil. Ellos son los primeros incentivados en conservar el hábitat en lugar de sobreexplotarlo. Eso se llama vivir en armonía con la naturaleza.
La ausencia de información arqueobotánica directa ha resultado determinante para la investigación de la prehistoria de La Palma y en su tratamiento paleoeconómico. Tal carencia ha condicionado los planteamientos a cerca de la explotación de los recursos vegetales, limitándolos a argumentaciones generales basadas en las fuentes escritas y a la aplicación directa y acrítica de los aprovechamientos históricos. El resultado es la imposibilidad de establecer un mínimo de fiabilidad sobre el peso que tuvo en la subsistencia. Por el contrario, los estudios zooarqueológicos han sido más fructíferos.
Junto a la ganadería, principal fuente de alimento aborigen, la combinación de la recolección de productos silvestres, la caza, la pesca y el marisqueo, presentan una disponibilidad continua, predecible y relativamente segura; fundamenta el modelo de autosuficiencia insular.
En La Palma, los modos productivos se fueron especializando con el paso de los años y los siglos en claro detrimento de las prácticas predatorias, aunque éstas se mantuvieron siempre. La producción de alimentos de origen animal y vegetal se intensifica gradualmente bajo una dinámica evolutiva convergente en la práctica de una economía de subsistencia. La carne constituye la principal fuente de proteínas, además de vitaminas y minerales, incluso se puede mantener un buen estado de salud mediante una dieta casi exclusivamente cárnica. La leche y los derivados lácteos son las mejores fuentes de calcio, esencial para el desarrollo de los huesos. Para todos estos trabajos se necesitan herramientas, objetos intermediarios entre el hombre y su medio, lo cual da sentido a sus formas de vida.
Siguiendo criterios estrictamente arqueológicos encontramos diferentes tipos instrumentales: abundantes restos líticos tallados destinados principalmente al trabajo del despiece animal y escasos molinos que nos confirman el consumo vegetal. La materia prima procede de productos geológicos efusivos imprescindibles para la supervivencia del grupo. Todos los útiles tienen determinadas cualidades intrínsecas como la dureza, la granulometría o tipo de fracturación, la disponibilidad y la facilidad de extracción.
Entendemos la industria lítica como una necesidad básica para la subsistencia de la comunidad. Muchos fueron los útiles diseñados para el entorno y para cubrir una necesidad. En este sentido, los primeros awara que llegaron a La Palma debieron sufrir una sistemática adaptación a los nuevos materiales existentes en la Isla, de carácter volcánico. El tipo de útil seleccionado fue producto de un esquema mental creado por el hombre prehistórico, con un sentido utilitario evidente. Eran simples y portátiles, de carácter multiuso. Pero al no poder nosotros entender esa mentalidad, hemos abstraído nuestra forma de catalogar una serie de objetos que tienen entre sí una semejanza formal, técnica o presumiblemente utilitaria. En este sentido, diferentes tipos de basalto, identificados a simple vista por el color o la textura, fueron ampliamente utilizados. También son abundantes los fragmentos de diques, rocas que tienen formas prismáticas que ya de por si, desarrollan agudos filos naturales sin necesidad de talla ni retoques. Menos frecuentes son los cantos rodados, abundantes en las playas y fondos de barrancos, utilizados con fines diversos. A continuación, encontramos pequeñas muestras de vídreos volcánicos y obsidianas de diferentes calidades originarias de las cumbres de la Isla, presentes en muchos yacimientos arqueológicos y en la superficie del terreno en aquellos lugares de intensa actividad pastoril; un buen ejemplo lo encontramos en las cercanías del Roque de Los Muchachos (Garafía) o en Roque Chico, en la cumbre de Puntagorda, donde junto a un grupo de grabados rupestres apareció un núcleo de obsidiana del que se sacaron pequeñas lascas.
Por último, señalar la existencia de pequeños fragmentos de ópalos y sílex. El trozo más grande de sílex del que tenemos noticia lo encontramos en la boca de entrada del tubo volcánico de La Machacadora (Fuencaliente). El inventario tipológico, siguiendo los esquemas europeos, presenta lascas, puntas, raederas, raspadores, buriles, cuchillos y núcleos diversos. Merece la pena destacar la belleza de un conjunto de núcleos de basalto tallados con motivos meandriformes, aparentemente más aptos para la contemplación, el tacto y el simple gozo de poseer, que para el uso. Son vestigios estéticos.
Un buen número de útiles apenas fueron retocados, otros mantuvieron su estado inicial, sobre todo las lascas de diques, y cumplían perfectamente la función de cortar. Sin embargo, no podemos olvidarnos de otras piedras que formaron parte de los adornos corporales (collares) o del sistema ritual como es el caso de diferentes gabros procedentes de los barrancos de La Caldera de Taburiente. Se trata de piedras de diferentes tamaños, formas y colores, muy vistosas que rompen la armonía de los tonos oscuros de las rocas basálticas. Fuera de su hábitat, los encontramos en varios yacimientos arqueológicos como Llano Amarillo (El Paso), Llano de La Mosca (Mazo) o Cabeceras de Izcagua (Garafía). En este último lugar, Cabeceras de Izcagua IV, encontramos en el año 2000 un grupo de gabros de colores blancos, amarillos y naranjas desperdigados por el suelo en un radio de 20 m, formando parte del culto de los amontonamientos y grabados rupestres. Es importante la contribución de estos objetos a la comprensión de la diversidad de un paisaje. Con tecnologías modestas, se esforzaron por sobrevivir en ambientes muchas veces caprichosos.
Las herramientas de piedra están presentes en todos los formatos de la vida prehistórica. En La Palma son ampliamente visibles numerosos fragmentos de basaltos en las cuevas y cabañas de habitación, en las cuevas sepulcrales, en el interior de los tubos volcánicos, en los amontonamientos de cumbre y dispersos por la superficie en aquellos lugares frecuentados por los pastores. Esto quiere decir, que los útiles formaron parte tanto de su modelo económico como de su práctica cognitiva cósmico-religiosa.
Crucial para la nueva investigación arqueológica en Canarias es la aportación que realiza Javier Velasco Vázquez (www.fulp.ulpgc.es) desde un enfoque bioantropológico mediante el análisis de oligoelementos en la dieta y la nutrición sobre restos humanos procedentes de Gran Canaria, Tenerife, El Hierro y La Palma. Cada una de las islas permite la caracterización de unas colectividades que fueron protagonistas de unas normas de comportamiento particulares.
La reconstrucción de la organización económica de cualquier sociedad prehistórica, apunta Javier Velasco, no puede limitarse a una simple enumeración de sus actividades subsistenciales o a la descripción de los productos obtenidos, sino que ha de contemplar un análisis conjunto de aquellas condiciones materiales y sociales que permiten a los miembros de un colectivo humano producir y reproducir los elementos que garanticen su existencia: las condiciones ecológicas y geográficas en las que se desarrolla una sociedad y a partir de las cuales extrae los productos que permiten su supervivencia, así como los medios materiales e intelectuales empleados por los miembros de esa sociedad en los diversos procesos de trabajo y a partir de los cuales actúan sobre el medio natural. En este análisis cobra un papel destacado la información arqueológica. No obstante, la falta de estudios estratégicos sobre los diferentes yacimientos en relación con los ecosistemas condicionan los problemas de interpretación. Un proyecto de este tipo tendría en La Palma una mejor proyección al existir una periodización cronológica-cultural que nos permitiría observar las variaciones de los comportamientos económicos.
Los procedimientos analíticos llevados a cabo por el citado investigador fueron la determinación y estudio de oligoelementos en el hueso para definir los componentes fundamentales de la alimentación habitual y la estimación del volumen óseo trabecular que facultaría la identificación de la condición nutricional de los individuos sujetos a examen. Concretamente, en La Palma se seleccionaron materiales esqueléticos procedentes de la necrópolis de Caldera de Agua (Garafía), correspondientes a cerca de una veintena de individuos y nueve sujetos depositados en los fondos de la Sociedad La Cosmológica de Santa Cruz de La Palma.
No puede entenderse la dieta o el patrón nutricional de un grupo humano como una simple respuesta mecanicista a las limitaciones del entorno natural en el que éste proyecta su actividad. Estos colectivos tienen la capacidad de modificar mediante su cultura (ideas, técnicas e instrumentos) este ambiente, los productos que extraen de él y el modo en el que éstos son repartidos, por medio de un proceso de adaptación (estrategias económicas).
Los elementos traza u oligoelementos que se analizaron en la fracción cortical del hueso fueron el estroncio, zinc y cobre. Estos dos últimos se asocian preferentemente al consumo de proteínas de origen animal, mientras que el estroncio, el magnesio y el bario se presentarán en mayores proporciones en los recursos alimenticios vegetales. Esto permite conocer por un lado la naturaleza de la dieta dominante, si es cárnica, vegetal o mixta y, por otro lado, permitirá distinguir si los componentes básicos de la dieta son de origen marino o terrestre, o bien en qué proporción contribuye a la dieta cada uno de estos recursos.
El análisis de la presencia de cobre presenta una clara diferencia entre La Palma y el resto de las islas. Los valores de cobre obtenidos en La Palma son tres veces superiores a Gran Canarias y Tenerife y el doble que El Hierro. Con respecto al zinc la diferencia es todavía más significativa entre La Palma y el resto de las islas. Los valores de estroncio presentan una más compleja explicación, toda vez que intervienen en este alcalinotérreo, de forma simultánea, la ingesta de productos vegetales y recursos marinos. Los valores más altos se dan en Gran Canaria.
Los resultados obtenidos para la Palma y, en menor medida, para El Hierro se muestran dentro de unos rangos normales; el caso de Gran Canaria supone una anormalidad patológica con diagnóstico de osteoporosis severa (23 % de la población) y en La Palma tan sólo un 7 %.
La isla de la Palma exhibe una serie de singularidades que vienen a manifestar los comportamientos económicos de la población prehistórica. A tal efecto, mientras que las altas concentraciones de zinc y cobre hacen alusión explícita a un consumo de recursos proteínicos cárnicos superior al observado en el resto de las islas, los valores de estroncio parecen indicar que el recurso a los alimentos de origen vegetal también constituiría una parte fundamental de la dieta habitual de los awara.
Desde la óptica cultural, la comida, según Marvin Harris (1994), tiene poco que ver con la nutrición. Comemos lo que comemos no porque sea conveniente, ni porque sea bueno para nosotros, ni porque sea práctico, ni tampoco porque sepa bien. Los alimentos preferidos son aquellos que presentan una relación de costes y beneficios prácticos más favorables. Los alimentos preferidos reúnen, en general, más energía, proteínas, vitaminas o minerales por unidad que los evitados. Algunos alimentos son muy nutritivos pero la gente los desprecia porque su producción exige demasiado tiempo o esfuerzo. Pero, también la comida debe alimentar la mente colectiva antes de poder pasar a un estómago vacío y, en este caso, encontramos las raíces de helecho y los granos de amagante que recolectaban a finales de la primavera o a principios del verano, lo secaban y molían, y lo guardaban, según Abreu Galindo, para comer con caldo de carne o con leche. Si hacemos caso a Gaspar Frutuoso, los awara comían gofio de trigo y cebada amasado con aceite, miel y leche. Tuestan el trigo y la cebada en tostadores de barro muy lisos y limpios sobre brasas y comen lo que tuestan o muelen con carne tan asada o tan cocida que casi la queman; toman dos veces al día una bebida, a la que ellos llaman “beberaje”, para ello mezclan dos partes de leche y una de agua, y es debido a tal alimento por lo que están tan lozanos y gordos.
¿Influye la dieta en la estatura corporal? Evidentemente si. Aunque debemos tener en cuenta también que el componente genético y las condiciones medioambientales específicas determinan la velocidad de desarrollo de las poblaciones. El estado de salud y nutricional tiene implicaciones importantes en la talla corporal. De este modo, parece probable que la menor envergadura física es el resultado de una nutrición pobre. La insuficiencia de proteínas retraza la formación de una nueva matriz del hueso, apareciendo una deficiencia ósea relativa y en situaciones de severa malnutrición la pérdida de hueso llega a ser sistemática, incrementándose frecuentemente el número de las denominadas “líneas de Harris” o líneas de detención del crecimiento.
La apariencia física es un tema que llama la atención y despierta el interés de la opinión pública. Por eso, desde muy temprano (finales del siglo XIX), la antropología física inicia en Canarias su andadura con los trabajos de René Verneau. El investigador centró sus estudios en los restos humanos hallados en varias cuevas de La Dehesa (Santa Cruz de La Palma), en San Juan de Belmaco (Mazo) y en Argual (Los Llanos de Aridane).
La mayor parte de los hombres de La Dehesa eran de gran estatura (12 %), con alturas que superan incluso el 1,80 m; cerca de la mitad oscilaba entre 1,65 y 1,70 m; Los más pequeños (tan sólo un 6 %) medían 1,64 m. En esta localidad las diferencias individuales se elevan, entre los hombres, a 17 centímetros, producto, según sus conclusiones, de la existencia de varios tipos humanos. En el Barranco de San Juan de Belmaco recogió muestras de una familia con rasgos semitas puros con estaturas similares a las asignadas por M. Topinar a los árabes actuales de Argelia.
Junto a los guanches de La Dehesa y a los semitas de Belmaco, en Argual vivía gente de baja estatura. Sólo pudo medir los huesos de cuatro sujetos, pero, por restringido que sea este número, es interesante comprobar que ninguno de los cuatro llegaba a 1,60 m.
A pesar de que este y otros trabajos posteriores realizados se consideran superados en cuanto a sus planteamientos metodológicos y conceptuales, también es verdad que resultan todavía atractivos y de gran interés para la ciencia.

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