grabados rupestres

donde se unen la tierra y el cielo

donde se unen la tierra y el cielo
En La Palma, la arqueología y la astronomía han cruzado las miradas, unos al suelo y otros al cielo, para coincidir en una misma dirección, interrelacionando las observaciones hasta confirmar la importancia de los atros entre los antiguos habitantes de Benawara.
“adoraban al Sol, la Luna y otros planetas” (Alvise Ca’da Mosto, 1455-1457)

"Quienes tratan de interpretar símbolos en sí mismos miran la fuente de luz y dicen:"no veo nada". Pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina. E igual pasa con el simbolismo" (Dan Sperber).





jueves, 30 de agosto de 2007

La trasterminancia entre los awara

Por tradición, los pueblos pastores son en su mayoría nómadas o trashumantes en busca de recursos para el sustento de sus animales: agua y pastos. La cadencia de los desplazamientos es lo que marca la diferencia entre los nómadas (sin asentamientos permanentes y estructuras habitacionales endebles, siempre en movimiento) y los trashumantes (con largos desplazamientos temporales y combinación de campamentos permanentes y estacionales). Sin embargo, dadas las condiciones naturales de la isla de La Palma, en cuanto a dimensiones y climatología, mejor podríamos emplear el término de trasterminancia, puesto que los desplazamientos son más cortos dentro del ciclo anual entre los pastos de verano e invierno. Por lo tanto, en este contexto, la característica más llamativa de la sociedad awara son los movimientos anuales verticales costa-cumbre.
Estos iniciales desplazamientos estacionales son intensificados por el hombre paralelamente al proceso de domesticación y, cuando éste es ya dueño de su ganadería y vive en estadios culturales más avanzados, los rebaños siguen atravesando distancias de ida y vuelta al ritmo que marca ahora la experiencia humana. El valor funcional de esta mecánica no está exento de cierta confusión, cuando historiadores, arqueólogos y antropólogos mezclan sin definir ni diferenciar claramente conceptos como trashumancia, pastoralismo, trasterminancia, economía ganadera nómada, desplazamientos ganaderos complementarios, etc.
La distancia entre los campamentos permanentes y la cumbre varía entre las distintas zonas de la Isla. Un pastor de la mitad norte de La Palma, sin rebaño, podía recorrer el trayecto en poco más de una hora. Sin embargo, un pastor que vivía en las faldas del Bejenado invertiría la mitad de tiempo, puesto que las distancias son más cortas. Es evidente que entre sus prioridades económicas predomine la explotación de los recursos forrajeros en la otra cara de la portentosa montaña.
El ciclo anual, en un año normal, estaba configurado a partir de las primeras lluvias otoñales, momento en el que los pastizales de costa permanecían verdes y jugosos hasta la llegada de la primavera. No toda la Isla tiene las mismas condiciones climáticas; el norte siempre es más húmedo y frondoso, el sur tiene una cubierta vegetal más pobre, de tal manera que incide directamente sobre los movimientos de los rebaños. El régimen de pastoreo comenzaba al amanecer en régimen de suelta y con la permanente vigilancia del pastor, recorriendo y dirigiendo sus pasos en sentido horizontal, a través de interfluvios y barrancos.
Una vez agotados los pastizales costeros, progresivamente comenzaban los desplazamientos hacia cotas más elevadas durante la primavera sin límites preestablecidos puesto que todo dependía de la abundancia o la escasez de los pastos. El régimen de pastoreo era igual, mediante desplazamientos horizontales en lomos, fondos y márgenes de los barrancos.
En fechas cercanas al período estival es el momento de subir a los frescos pastizales del pinar y el matorral de cumbre. La variabilidad es tan grande que, según nos lo han confirmado algunos cabreros, se subía durante todo el año, bajando cuando nevaba, aunque se dejaban bastantes cabras en la cumbre y se iban a controlar esporádicamente en los días buenos aunque estuviera nevado.
Los pastores y sus rebaños colonizaban los lomos y los barrancos, así como los paredones interiores de la Caldera de Taburiente, estableciendo los campamentos en los confines del pinar. La modalidad practicada era el “pastoreo de suelta”, caracterizado por un mínimo control de los pastores sobre el rebaño que se soltaba en las mismas zonas que tradicionalmente lo venían haciendo, lo cual daba memoria a los animales. Ellos mismos se recogían al atardecer en las inmediaciones de los campamentos.

“…En su interior La Caldera tiene pastos buenos para ovejas, cabras y carneros, del que usan todos los pastores para la alimentación de sus ganados como algo en común; entran allí a principios del invierno por el lado que va a Tazacorte por una entrada, que se hace tan estrecha en la parte alta que por ella no puede pasar más de un hombre; y una vez que el ganado ha entrado por las veredas, ya en su interior, en un lugar muy espacioso y hondo, no puede salir de él y así todo se cría sin necesidad de pastor o guardián alguno; aquí se multiplica copiosamente y se engorda” (G. Frutuoso, siglo XVI).

Paralelamente, en los meses de verano, tanto en las medianías como en las cumbres, practicaban la quema controlada de parcelas, previamente delimitadas y prendidas en diferentes puntos que actuaban como contrafuegos, evitando que se extendiera, para facilitar la germinación de especies pirófilas, manjares suculentos para el ganado en el siguiente invierno, caso del corazoncillo, planta que se extiende bajo el pinar y que tiene un ciclo más corto, florece en invierno y se seca a finales de la primavera; por lo tanto, es una planta que nos induce a pensar que parte de los rebaños subían a las medianías y cumbres en invierno para disponer de su consumo, fuente importante también de alimento para el ganado guanil o suelto.
Prioritariamente, en los cauces de todos los barrancos de los municipios de Garafía, Puntagorda y Tijarafe, entre El Barbudo y Jieque, junto a cabañas históricas, se encuentran restos amurallados de antiguos corrales. Los pastores se encargaban de la vigilancia, ubicándose en lugares estratégicos de mucha visibilidad (paraderos), normalmente establecidos en morros que dispensan amplias vistas, de las labores de ordeño y de llevarlos a las fuentes cercanas para beber. Arqueológicamente está demostrado (restos líticos, cerámicos de todas las fases, cabañas…) el aprovechamiento que los awara hacían de los pastizales de cumbre.
En La Palma se daba una práctica pastoril conocida por “ganado de lado”. Consistía en encerrar un número indeterminado de animales en espacios más o menos amplios en los que abundasen los pastos y el agua. Estas áreas eran cercadas con empalizadas de troncos y ramajes. Muchas veces, sólo bastaba con tapar su única salida, como ocurre en las laderas de muchos barrancos. El ganado permanecía en estos lugares unos seis meses, como mínimo, para que crecieran y engordasen. Las hembras se iban a buscar cuando ya estaban en edad de quedar preñadas (en torno a los siete meses) para incorporarlas al grueso de la manada. Si el fin que se pretendía era el engorde de las reses para ser sacrificadas, permanecían sueltas algo más de tiempo, hasta un año. En el interior de la Caldera de Taburiente existe un lugar conocido por Armado, debajo del Roque de Los Muchachos, que respondía a estas circunstancias. Posiblemente, se trate de una “gambuesa”, vocablo prehispánico que hace referencia a un corral natural o artificial de piedras en el que se encierran los animales una vez reunidos o apañados para clasificarlo y separarlo, todavía en uso en la isla de Fuerteventura y El Hierro. El término es común en la toponimia canaria, también en La Palma (Lomo de la Gambuela, Los Catalanes, Barlovento). Las rutas por las que se desplazaban los pastores con sus rebaños estaban vinculadas a los accidentes del relieve. Las que comunicaban directamente las costas con las cumbres discurrían normalmente por los lomos e interfluvios, e incluso por los cauces de los barrancos. Existían numerosas veredas que los propios animales iban haciendo con el paso en todas las direcciones posibles. Fueron importantes también las denominadas “pasadas”, las que comunicaban el exterior con el interior de La Caldera por los bordes superiores, salvando vertiginosos precipicios o desniveles. Los aborígenes, con suma facilidad, se movían a uno y otro lado de la gran depresión natural prácticamente por cualquier espigón, ladera o fondo de barranco, ayudados por su inseparable lanza. Aquí es donde se practicaba la “suelta”, el ganado que no estaba sometido a vigilancia; esto es, los animales gozaban de absoluta libertad, sujetos a un mínimo y esporádico control. Algunos autores le asignan el término “guanil”, cuyo sentido es difícil de interpretar, pues a veces se equipara con “cabra salvaje”, otras con “libre”, “si dueño” o “no marcado”. Según José C. Cabrera, María A. Perera y Antonio Tejera, en sociedades pastoriles, el mantenimiento de grandes rebaños suele estar asociado a la disponibilidad de animales para la matanza, por lo que la utilización de la cabra salvaje o “guanil” se orienta a reserva alimenticia, como garantía durante los períodos de crisis y como fuente de reposición de las pérdidas en los rebaños domésticos (por epidemias, extravío, muerte natural o robo).

No hay comentarios: