grabados rupestres

donde se unen la tierra y el cielo

donde se unen la tierra y el cielo
En La Palma, la arqueología y la astronomía han cruzado las miradas, unos al suelo y otros al cielo, para coincidir en una misma dirección, interrelacionando las observaciones hasta confirmar la importancia de los atros entre los antiguos habitantes de Benawara.
“adoraban al Sol, la Luna y otros planetas” (Alvise Ca’da Mosto, 1455-1457)

"Quienes tratan de interpretar símbolos en sí mismos miran la fuente de luz y dicen:"no veo nada". Pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina. E igual pasa con el simbolismo" (Dan Sperber).





viernes, 31 de agosto de 2007

Modelos de poblamiento insular

“La Tierra no sólo es un bien raíz… la Tierra es parte de la esencia de los pueblos indígenas. Tiene que ser entendida dentro del contexto de la espiritualidad de éstos y de su sentido holístico de la creación y humanidad…. Una persona indígena sin tierras es una persona que corre auténtico peligro”. (Anciano maorí).

Los planteamientos adoptados por la antropología ecológica relacionan al hombre con el medio ambiente y la cultura mediante un sistema de adaptación. El antiguo habitante de La Palma tuvo que estudiar las estructuras y los funcionamientos de la naturaleza en cada ecosistema prestando atención a las condiciones materiales de subsistencia y adaptando luego sus esquemas ideológico-simbólicos. El medio ambiente con todas sus condiciones materiales determinan esta faceta ideológica de tal manera que los cambios del entorno fueron capaces de explicar acciones adaptativas en las variaciones culturales. Se trata de incorporar una visión más biogeográfica del proceso de colonización de cualquier territorio, visión que requiere considerar la diversidad de circunstancias ambientales y tradiciones culturales. Llegados a este punto, nos interesa estudiar las diversas estrategias de subsistencia desarrolladas por esta población en la explotación de los recursos existentes.
Lógicamente, la sociedad awara creció en escala y grado de complejidad bajo un amplio espectro de circunstancias ambientales. Aquí siguieron siendo beréberes pero transformados en isleños como respuesta a la imposición natural, aislados por un mar que atrae y proporciona lo necesario, y repele e inhibe al poner en peligro la vida.
Durante los primeros momentos de oscultación del territorio surgieron ante ellos una serie de nuevos ambientes con climas y microclimas, flora y fauna desconocidas a cuya explotación debieron ir adaptándose; eso sí, el entorno tenía mucho que ofrecer a los recién llegados, el único inconveniente era encontrarlo. De una manera multidireccional fueron ocupando la variedad de espacios a través del tiempo, primero explorando y luego colonizando los distintos ambientes de esta misteriosa isla. Rápidamente se dieron cuenta de que los recursos de origen silvestre se encontraban en diferentes estaciones y en distintos ambientes, a diferente altitud, en una u otra vertiente, cumplimentando el ciclo anual de aprovechamientos. La visión del pasado se circunscribe no a focos aislados del paisaje sino al conjunto insular.
Los awara poblaron la Isla mediante sistemas móviles a través de las distintas áreas ecológicas y, como ya apuntamos, con carácter estacional. Así, las familias se desplazan tanto horizontal como verticalmente, de costa a cumbre. Cuando la población crece se saturan los espacios disponibles; surgen entonces los primeros agrupamientos que dan lugar a bandos o cantones que acogen a varias familias con diferentes grados de parentesco.
La adaptación es el resultado de diferentes niveles de interacción con el espacio, los recursos de subsistencia y el aumento de la población, y por tanto, de la presión sobre el territorio. El análisis debe ser flexible, dando prioridad a las novedosas estrategias de adaptación. Un modelo ejemplar lo podemos observar en las elecciones de los asentamientos, relacionados con la productividad de los ambientes. Podemos destacar el caso de los ambientes costeros, fuertemente atractivos en los primeros tiempos del poblamiento de La Palma por el intenso aprovechamiento de los recursos marinos, apreciable arqueológicamente por los abundantes restos malacológicos y espinas de pescado, siendo frecuentes los microrestos, prototipo de una intensa explotación del recurso marino.
Los registros arqueológicos son la única fuente disponible para abordar, sobre el espacio, los diferentes modelos de exploración y ocupación. Teniendo en cuenta las posibilidades de subsistencia del nicho ecológico y los restos arqueológicos relacionados, podemos determinar el grado relativo de explotación y mantenimiento de una población más o menos numerosa. Por otro lado, los espacios míticos son poco frecuentados, no son productivos, no tienen restos arqueológicos y se les asignan connotaciones negativas.
La sociedad aborigen se estructuró en torno al medio ambiente mediante grupos cuyo tamaño dependía de la capacidad de sustentación de cada nicho explotado, casi sin tener en cuenta los modelos macroeconómicos, basados en la asignación de recursos escasos para maximizar la utilidad, sopesando los costes y los beneficios, y los modelos cognitivos que preguntan sobre los factores mentales que intervienen en las decisiones sin tomar cálculos de coste-beneficio; o a la vez, mezclando los dos modelos. En el primer caso encontramos un ejemplo en el sistema de pastoreo escalonado; en el segundo, la recolección de semillas de amagante.
Uno de los modelos de poblamiento que creemos más interesante es el propuesto por Luis A. Borrero (Gloria Iris, www.mipatagonia.com) para la Patagonia sudamericana. De él podemos extrapolar algunas concordancias con las fórmulas de ocupación dadas en La Palma prehispánica. En primer lugar, nos encontramos con la fase de exploración y colonización, referida a la llegada de contingentes humanos a una isla deshabitada, lo que implica movimientos de individuos o de grupos utilizando las rutas naturales que presentan menores dificultades en su tránsito. Estas personas o grupos efectuarían sucesivas reinstalaciones en las zonas elegidas, pero muy separadas en el tiempo. Desde un principio (correspondiente a la fase cerámica I), la ocupación humana se localiza principalmente en la zona oriental de la Isla, en la franja costera del actual municipio de Villa de Mazo, punto de arribada inicial, caracterizada por ausencia de acantilados y la escasez de cuevas, por lo que los primeros asentamientos fueron mixtos de cuevas y poblados de cabañas adosados a coladas lávicas, en los contornos del Roque de Los Guerra, en las cuevas de la desembocadura del Barranco de Las Cuevas, el poblado cavernícola de Las Salemeras, en algunas cuevas del Barranco de La Lava y en el complejo natural del Salto de Tigalate. Esta primera expansión abarcó también los territorios municipales de Breña Alta, Breña Baja, Santa Cruz de La Palma, Puntallana y San Andrés y Sauces, sin descartar las franjas sobre los acantilados de los actuales municipios de Barlovento y Garafía, ecológicamente viables para mantener un grupo humano importante. Como muestra arqueológica, merece una mención especial, por su desgraciada desaparición, el yacimiento del Tributo, localizado en las cercanías del tramo inferior del Barranco de San Blas (costa de Mazo).
La fase de exploración en una isla pequeña como La Palma debió ser muy rápida, tanto en zonas de clima más benigno como en los expuestos a estacionalidad más extrema (las estribaciones superiores de La Caldera y Cumbre Vieja). Debido a las diferentes condiciones climáticas y de aprovisionamiento, unas zonas fueron más densamente pobladas y otras encuentran escasa ocupación. La etapa de exploración puede ser irreconocible en el registro arqueológico, y sólo puede ser detectable la fase de colonización que se representará como una aparición súbita de materiales.
Estamos pensando en procesos de exploración y colonización a largo plazo, ya que el conocimiento de los ciclos de un territorio requiere tiempo, lo cual implica manejar las fluctuaciones periódicas en la disponibilidad de recursos, en la aparición de eventos catastróficos (vulcanismo, inundaciones…) y en los ciclos climáticos.
Las observaciones ambientales que los aborígenes realizaron en la Isla les avisaron de unas características climáticas regidas por la irregularidad en las precipitaciones. Las lluvias, esencia vital, sobrevienen suavemente mediante cúmulos sobre el mar y las tierras altas en forma de finas gotas desde finales de septiembre, seguidas de gruesos chaparrones a partir de noviembre que se generalizan por todo el territorio. Después de un leve descenso de la actividad durante enero y febrero llegan nuevos chaparrones en marzo y abril, momento de la despedida de las precipitaciones y la llegada del tiempo seco de verano. Es cierto, que este esquema es sólo aproximado puesto que los cambios en el régimen de lluvias nos conducen a períodos de abundancia de precipitaciones y períodos de carestía por falta de lluvias. Generalmente, en cada quinquenio encontramos uno o dos años secos.
Las prospecciones arqueológicas realizadas hasta ahora diseñan un mapa de ocupación o hábitat permanente en las zonas costeras y medianías bajas en la parte oriental de la Isla, entre los actuales municipios de Garafía y Fuencaliente.
Demostrado el origen volcánico del Archipiélago Canario, a los primeros inquilinos de La Palma les habrá sorprendido la elevación de la Isla, sus cumbres dominantes, las exageradas pendientes acompañadas de profundos barrancos, las costas acantiladas, pequeñas calas de arena negra y amplias muestras de vulcanismo (conos, coladas y arenales) en su paisaje, pocas zonas llanas, una vegetación exuberante, una fauna con ausencia de grandes vertebrados y especies dañinas, muy lejos de la realidad continental de la que procedían. La abrupta naturaleza trazaba las líneas o demarcaciones zonales con cambios bruscos de la climatología y el tipo de vegetación. La pendiente conlleva la existencia de una gran variedad de entornos en una extensión de terreno muy pequeña. Por lo tanto, entre el mar (frontera inferior) y la nieve (frontera superior), las diferentes zonas ecológicas se distribuyen en hileras. Las fronteras exteriores las dibujan las montañas y el océano.
Por algunas de las calas de callao o de arena volcánica de la vertiente del naciente entraron los intrusos, algo desconcertados al caminar por terrenos pedregosos o malpaíses típicos de esta franja. Todo el séquito pudo observar por primera vez las comunidades vegetales halófilas que viven en la zona más próxima al mar (lechugas de mar, siemprevivas…), otras especien de mayor porte como las higuerillas, entremezclada con cardos, cardoncillos, verodes, bejeques, tarahales, vinagreras, tajinastes blancos, zuajas, tederas, malvas de risco, orchilla, amorciécalos, culantrillos, cornicales, cerrajas, rabos de burro, retamas blancas, etc. que tapizan el primer estrato insular, tanto en las laderas de los barrancos como en los interfluvios. Algo más arriba, hasta los 500 m. como media general, aunque dependiendo siempre en gran medida de la orientación astronómica, las precipitaciones o los vientos dominantes, la vegetación potencial es interesante en plantas de porte arbóreo, tales como las sabinas en la comarca este, especialmente Las Breñas y Mazo; las palmeras más repartidas por zonas de Las Breñas, Fuencaliente y Tijarafe; y los dragos con importantes muestras en Garafía, Puntagorda, Barlovento y Las Breñas. También se encuentran otras comunidades vegetales como el guaidil, el jazmín, la jara, el tomillo, el peralillo, la malfurada o el granadillo.
En la paleopalma –zona más antigua de la Isla correspondiente a la mitad superior, al norte- el relieve es acusadamente abrupto, pues coinciden profundos barrancos cuya desembocadura presenta fuertes pendientes: Seco, Nogales, La Galga, San Juan, El Agua, La Herradura, La Vica, Gallegos, Franceses, Los Hombres, La Magdalena, Domingo Díaz, La Luz, Fernando Porto, El Atajo, Briestas, Izcagua, El Roque, Garome, La Baranda, El Jurado, Los Gomeros y Las Angustias.
El clima en este espacio es muy suave y apenas presenta contrastes estacionales en el año, aunque con numerosos microclimas en distancias muy cortas. Alcanzado por la influencia de las brisas marinas, presenta un ambiente agradable, con temperaturas veraniegas (entre los 19º y los 23º C) y precipitaciones irregulares con máximos en otoño y primavera.
En la neopalma –correspondiente a la mitad sur de la Isla- el relieve es mucho más suave, con fuerte predominio del vulcanismo reciente, provocado por la actividad volcánica de Cumbre Vieja. Al ser geológicamente más reciente, los procesos erosivos apenas han incidido sobre el terreno. Los barrancos son de pequeña envergadura, destacando por su vistosidad las estructuras volcánicas (conos y coladas) y los materiales de proyección (piroclastos). El paisaje se ve salpicado por espectaculares conos como los alineados del Valle de Aridane; San Antonio, Lagi y El Viento (Fuencaliente); La Caldereta, El Azufre, La Cucaracha, Los Valentines y La Centinela (Mazo) y La Breña (Breña Baja). El clima presenta mayores índices de insolación y de aridez al no recibir, en una gran parte, la influencia directa del alisio.
Aproximadamente, entre los 400 y los 1.500 m s n m, dependiendo de la vertiente, los awara fueron descubriendo otras formaciones espectaculares de vegetación. Ahora el relieve es más acusado, los barrancos siguen presentando enormes caídas, se encuentran algunos falsos llanos entre Roque Faro y La Catela (Garafía), la zona próxima a La Laguna (Barlovento), el entorno del Llano de Tenagua (Puntallana), Buenavista, San Pedro y El Llanito (Breña Alta), los alrededores de Montaña del Fuego (Fuencaliente), El Llano de Las Brujas y Las Cuevas (El Paso) y Los altos de La Rosa (Puntagorda).
Las variaciones climáticas son mayores (temperaturas medias entre 12º y 16º C) y las precipitaciones más frecuentes y abundantes, sobre todo en la vertiente de barlovento, donde se forma el mar de nubes, causante de la importante lluvia horizontal que humedece y posibilita el crecimiento de la formación arbórea más conocida en Canarias, el bosque de laurisilva. Nos encontramos con especies de gran porte y hojas de tipo lauroide: laurel, viñátigo, tilo, palo blanco, barbusano, madroño, mocán, aderno, etc, junto a otras especies arbustivas como el follado, la gacia, el sanguino, la cresta de gallo, el poleo de monte, así como helechos y musgos.
En la vertiente de sotavento el bosque de laurisilva es sustituido por el pinar y algunas representaciones de faya y brezo, especies muy abundantes como comunidades de transición, debido a la falta de humedad. El brezo, incluso se puede encontrar en zonas cercanas a la costa, como ocurre en Garafía o Puntagorda. En altitudes superiores junto al pinar existe el fayal-brezal como sotobosque del mismo.
La colonización considera un espacio que está siendo utilizado de acuerdo con principios regulares de interacción entre poblaciones y recursos. Los requisitos que hacen posible la continuidad biológica de la población son los que determinan los asentamientos, por tanto se evitan los lugares peligrosos por la actividad volcánica (Cumbre Vieja) y los climas extremos (zonas altas de la Isla).
En esta fase se espera registrar un incremento con respecto a la etapa anterior sobre la variabilidad de la cultura material de estas sociedades, así como también los procesos de cambios más rápidos debido a las adaptaciones que van efectuando sobre las condiciones locales donde se asientan. Por la vertiente occidental, la ocupación permanente asciende incluso por encima de los 1.000 m de altitud, especialmente en el municipio de El Paso, primero las zonas del Barranco de Torres y Barranco del Rincón y, más tarde, las cabañas de El Barrial, los grupos del Riachuelo, los poblados de cabañas de la Montaña de Enrique y El Pilar. Estos lugares fueron ocupados tardíamente y desconocemos si obedecieron a un funcionamiento específico por supuestos de superpoblación (saturación espacial) o el alejamiento del mar para evitar las razzias de corte esclavista de los piratas y corsarios. De todas formas, el aprovechamiento ecológico de la montaña necesitaba de una planificación que permita el movimiento hacia y desde zonas de mayor riesgo. Las zonas no son homogéneas, y las variaciones se correlacionan con la altitud.
Coronando el medio natural de la isla de La Palma se apostan las dos referencias topográficas de los picos de La Caldera de Taburiente, al norte, y los conos volcánicos del estratovolcán Cumbre Vieja, al sur. Son referencias emblemáticas La Somada y Pico Palmero (Tijarafe), Morro de La Crespa y Roque Chico (Puntagorda), Roque de Los Muchachos, Fuente Nueva y Los Andenes (Garafía), Morro de La Cebolla (Barlovento), Pico de La Cruz, Morro Negro, La Fortaleza y Cotillón (San Andrés y Sauces), Piedrallana (Puntallana), Monte Santo, Pico de La Nieve, La Veta de La Arena, El Cedro, Los Roques y Corralejo (Santa Cruz de La Palma), Las Ovejas (Breña Alta) y Bejenado (El Paso). En Cumbre Vieja destacan el Birigoyo, El Gallo, La Barquita, Montaña Quemada, Montaña de Magdalena, Los Charcos, Nambroque, El Caldero, La Morcilla, Hoyo Negro, El Fraile, Las Deseadas, Montaña Negra, Los Lajiones, El Cabrito, Caldera del Búcaro, Montaña Cabrera, Hoya de La Manteca, Los Faros, Volcán de Martín, Montaña del Palo, Montaña Pelada y Montaña del Fuego, correspondientes a los municipios de El Paso, Mazo y Fuencaliente.
El clima es muy riguroso, de aire seco, constituido por el componente superior de los alisios; las precipitaciones descienden, a veces son en forma de nieve, con temperaturas inferiores a los 0º C. Se comporta a semejanza del clima continental de veranos y días calurosos e inviernos y noches frías.
La formación boscosa predominante es el pinar, alcanzando los 2.200 m. s. n. m., entre la falda del Pico de La Nieve (Santa Cruz de La Palma) y Pinos Gachos (Tijarafe); por abajo, en la época prehispánica, el pinar llegaba hasta los límites mismos de los acantilados marinos en la zona nororiental, lo cual habla de la resistencia a las condiciones ambientales de la variedad canaria, colonizando pronto los terrenos arrasados por los volcanes, la resistencia al fuego y la importancia como especie maderable. Su sotobosque es riquísimo en especies forrajeras.
En el límite superior del pinar aparecen los majestuosos e incorruptibles cedros canarios. La vegetación potencial de cumbre está especializada, adaptada a las condiciones rigurosas por los cambios bruscos de temperatura y la nieve presente en ocasiones invernales. Constituye un denso matorral de 1 o 2 m. de altura. Durante el período aborigen el paisaje de cumbre era diferente al de hoy, presentando una mayor diversidad de espacies como la retama, el retamón, tajinastes, margarita, alhelíes, hierba pajonera, crespa, violeta, etc, sin el monopolio actual que ejerce el codeso.
El descubrimiento de una nueva vida natural no pasó desapercibida por la comunidad, pues las facultades agudizadas por los indígenas les permitían notar exactamente los caracteres genéricos de todas las especies vivas, terrestres y marinas, así como los cambios más sutiles de fenómenos naturales como los vientos, las nubes, los tonos de la luz, los colores, etc. Se llegó, en poco tiempo, a una íntima familiaridad con la flora y la fauna local y un conocimiento preciso de las clasificaciones botánicas y faunísticas. Este saber no supone solamente la identificación específica de plantas y animales, sino también el conocimiento de los hábitos y de las costumbres de cada especie. La integración en su medio es completa. Se presta atención a todo lo que se ve, pues eran muy observadores. La mentalidad de nuestros ancestros no descansa de estudiar todo lo que le rodea puesto que sólo hay un modelo que concibe las relaciones entre las especies y la naturaleza. Por ejemplo, una planta se examina, se huele, se quiebra, se prueba, se discute acerca de los caracteres que la distingue y se declara conocida o ignorada.
No bastaba con identificar, con precisión, cada animal o planta, sino había que saber también qué papel se le atribuía en el seno de su sistema de significaciones, y esto se extendía a las piedras, a los cuerpos celestes y a los fenómenos naturales. Ahora bien, como explica Claude Lévy-Strauss, cada especie o variedad puede cumplir un número considerable de funciones diferentes en sistemas simbólicos, en los que algunas funciones solamente les son definitivamente asignadas. No sabemos cuantas palabras abarcaba el léxico botánico aborigen; seguro que era muy amplio. Cada una de las plantas tenía un nombre y un uso bien definido y conocido por toda la comunidad. La taxonomía aborigen permitía diferenciar los géneros, las especies y las variedades.
El aspecto de la Isla le resultó muy agradable a los normandos que intentaron sin conseguirlo conquistar La Palma a mediados del siglo XV, al menos los cronistas de la expedición Fr. Pedro Bontier y Juan Le Verrier, capellanes del conquistador Juan de Bethencourt, hicieron una breve descripción sobre sus tierras y habitantes:

“La isla de La Palma, que es la más que se adelanta en el Océano, es mayor de lo que se demuestra en la carta y es también muy alta y muy fuerte; está poblada de grandes bosques de diversos árboles, como pinos y dragos. Corren por la Isla varios arroyos de buenas aguas, y sus terrenos son al propósito para toda clase de labores, y muy abundantes de pastos. Es el país más delicioso que han visto en Canarias. Disfruta también de aires muy sanos”.

En las crónicas de Bernáldez se vuelven a destacar las ricas tierras y aguas dulces. Una descripción más detallada la encontramos en el ingeniero militar cremonés Leonardo Torriani, estante en La Palma en la segunda mitad del siglo XVI, diferenciando la parte norte de verdes selvas, de altísimas palmas, de dragos, de pinos, de teas, tilos, encinas, laureles y mirtos, y la parte sur llena de pequeños volcanes.
Mejor aun es la aportación de Abreu Galindo, que llegó a La Palma hacia 1570; escribe que es muy alta, y siempre desde la costa del mar va subiendo hasta la cumbre. Exalta las propiedades y los aprovechamientos de los dragos y otras especies de costa, medianías y cumbre, y era tan copiosa de yerbas y árboles, hasta encima de la cumbre, que en los veranos era tan intenso el olor y fragancia de las flores, que tres leguas de mar de noche alcanzaba. Había en la cumbre tanta espesura de árboles, que se pasaba por el camino con mucho trabajo. Pero como los años se sucedieron tan trabajosos, después de 1545, poco más o menos, se vinieron a perder aquellas arboledas de la cumbre, y a quedar toda desierta sino riscos; porque “aunque algunos árboles apuntan a nacer de nuevo, como falta el pasto a los ganados en lo bajo, súbense a lo alto, y así la pacen y destruyen”.
Por último, entramos en lo que Luis A. Borrero plantea como etapa de ocupación efectiva del espacio, que lleva implícito, en el caso de la isla de La Palma, un grado destacado de territorialidad y la consiguiente división cantonal del territorio. La distribución de la población apenas fluctúa a lo largo de las generaciones, el registro arqueológico presenta una continuidad absoluta. Nos vienen a la memoria varios casos excepcionales que llaman poderosamente la atención de los investigadores: el Roque de Los Guerra, siendo muy significativo el abandono del yacimiento por un período corto de tiempo coincidiendo con la erupción del volcán de Los Valentines; y la huida masiva de los moradores de la cueva del Tendal en la fase IV o los abandonos temporales en Belmaco, El Humo y Los Guinchos, por razones desconocidas.
La saturación del espacio comienza a ser evidente a lo largo de la fase III (primeros siglos de la era cristiana), lo que genera situaciones competitivas entre poblaciones, incluidas las posibilidades de guerras, difusión de enfermedades y ajustes territoriales; y ante todo significa que la toma de decisiones debe tener en cuenta la presencia de vecinos y mancomunar una normativa general a toda la Isla.

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