grabados rupestres

donde se unen la tierra y el cielo

donde se unen la tierra y el cielo
En La Palma, la arqueología y la astronomía han cruzado las miradas, unos al suelo y otros al cielo, para coincidir en una misma dirección, interrelacionando las observaciones hasta confirmar la importancia de los atros entre los antiguos habitantes de Benawara.
“adoraban al Sol, la Luna y otros planetas” (Alvise Ca’da Mosto, 1455-1457)

"Quienes tratan de interpretar símbolos en sí mismos miran la fuente de luz y dicen:"no veo nada". Pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina. E igual pasa con el simbolismo" (Dan Sperber).





jueves, 30 de agosto de 2007

El recurso marino

Los pueblos que vivieron en las costas siempre tenían algo que comer. El mar era para los awara una fuente de recursos permanente; la riqueza del mar como fuente alimenticia es tan elevada que, desde el primer instante en que se colonizó la Isla, causó un acopio permanente en las charcas, rocas y callaos de las playas bajo los acantilados y desembocaduras de los barrancos. Pensemos un instante que los recién llegados no tenía suficientes animales domésticos, ni otro recurso técnico suficiente para encontrar alimentos de una forma inmediata, tampoco existían animales salvajes de gran porte susceptible de ser cazados; de ahí, el predominio acuático como seguridad en la obtención de proteínas y energía. Se trata de organismos pequeños, numerosos y con una alta y veloz tasa de reproducción. Por esta razón están disponibles en cantidad y raramente se agotan. Los ejemplos significativos incluyen especies como peces y moluscos. Podemos confirmar, entonces, la dependencia vital del marisco y el pescado para la subsistencia en estas primeras fases de ocupación.
La sobreexplotación del medio marino se pone de manifiesto en la diversidad de tamaños que presentan los restos malacológicos encontrados en los yacimientos arqueológicos de La Palma. En esencia, la intensificación se produce por un desequilibrio entre población y recursos, aunque no podemos precisar la cantidad de personas, la abundancia del medio ambiente o el grado de circunscripción necesario y suficiente para que aparezca esta intensificación.
Teniendo en cuenta la biometría de las conchas, la muerte de individuos subadultos afecta la capacidad de reproducción de la población explotada. Por otro lado, los individuos infantiles y juveniles tienden a proporcionar una menor cantidad de alimento. Así, el estudio de la distribución de edades de las poblaciones capturadas puede indicarnos la presión económica a que se sometió a las diferentes poblaciones de moluscos. Fue verdaderamente intensa durante las fases cerámicas I, II y en algún momento de la III.
No es fácil valorar el peso específico de la recolección de fauna marina en la dieta prehistórica. Los mariscos eran recolectados a lo largo de todo el año, como un recurso alternativo, aunque es probable que se intensificara en verano cuando las mareas mejoran su estado y cuando el alimento de origen animal (leche) es más escaso. En la tarea participaban todos los miembros del grupo familiar. Muchos eran consumidos in situ, otros se trasladaban sobre los acantilados (existen algunos lugares donde se encuentran pequeñas aglomeraciones de conchas, sin llegar a ser verdaderos concheros, en los que se consumían parte de los mariscos recogidos; citemos por ejemplo, Cruz de La Reina, acantilados de San Mauro (Puntagorda) o El Mudo (Garafía). El resto se comía en las cuevas. En todas las viviendas de costa -cuevas y cabañas-, existen infinitas concentraciones de conchas marinas, lo cual es un apunte claro de la frecuencia de la actividad recolectora de especies abundantes como las lapas, las púrpuras o perros y los burgados, por su cercanía al mar. La cantidad de restos malacológicos encontrados en los yacimientos situados en las medianías es más reducida, pues las distancias a recorrer son más largas. Esto no quiere decir que los moradores de estos lugares apenas consumieran mariscos, lo que sucede es que simplemente se los comían en la misma playa o aledaños.
A partir del balance en la relación coste-beneficio, la recolección marina se encuentra en un lugar bajo en la escala de alimentos preferidos, siendo más eludidos cuando otros recursos más atractivos han sido agotados. Su exigencia en trabajo invertido es bastante elevada, desde el momento en que presentan gran cantidad de material desechable por unidad de materia comestible, implicando que los productores gasten mucho tiempo y esfuerzo diario para su captura. A los altos riesgos y costes de explotación ha de unirse su escaso valor calórico. Los moluscos apenas proporcionan calorías suficientes para mantener grupos pequeños en cortos períodos de tiempo, por lo que una subsistencia exclusiva a base de moluscos marinos habría exigido una diversificación de la dieta a muy corto plazo. Estas razones hacen concluir a numerosos investigadores, que el marisqueo constituiría una forma de alimentación estacional o necesariamente complementada con otros productos que aporten al organismo humano el grueso de calorías requeridas.
La arqueología ha podido documentar también la práctica de la pesca, conservándose en un buen número de cuevas y tubos volcánicos, evidencias de espinas, aunque éstas son menos frecuentes que las conchas por ser más perecederas. Sin embargo, el consumo de pescado fue muy importante. Todas las especies documentadas en los yacimientos arqueológicos estudiados, nos confirma Ernesto Martín (1992), tienen como común denominador ser de aguas litorales y fondos rocosos. La especie más representada en la Cueva del Tendal es la vieja con un 55 % del total de los restos, seguida de la familia de los Sparidae con especies como el sargo, salema, seifía o bocinegro; la familia de los Serranidae donde se incluyen cabrillas y abadejos; los Carangidae representados por la palometa y Murenidae. También se han identificado chopas, pejeverdes, morenas, meros, sardinas, caballas y bogas. No se conservan restos arqueológicos de cangrejos, erizos y cefalópodos como el pulpo, especies, todas ellas, muy abundantes y fáciles de capturar. Otros aprovechamientos eran adquiridos ocasionalmente arrojados por el mar (grandes mamíferos: ballenas, cachalotes, delfines…).
Los procedimientos de pesca empleados por los awara nos son desconocidos, aunque debemos suponer que utilizarían técnicas similares a las descritas en otras islas, como pueden ser la construcción de corrales de piedra que retendrían el pescado en el cambio de marea, aprovechando las propiedades tóxicas de la savia del cardón o la tabaiba amarga, que los aturde y hacen salir a la superficie. Cabe la posibilidad de que utilizasen anzuelos y redes de junco.
Las conchas de los moluscos y determinadas partes de las especies pescadas son utilizadas como soportes para fabricar distintos objetos relacionados con el utillaje doméstico o con el adorno personal cuando no como prácticas mágicas. Las cuentas sirven para muchos fines, nos hablan de identidad cultural de los individuos al engalanarse y de sus relaciones dentro de las redes sociales. Por eso, los objetos que adornan el cuerpo tienen vida social, materializan el entramado abstracto de relaciones sociales. No olvidemos que los objetos cambian de sentido según el contexto, cambian de energía, cambian de información e incluso de identidad. Un aprovechamiento marino básico en la vida cotidiana es la sal, que recogían cristalizada principalmente durante el verano en los charcos. Todos sabemos de sus excelencias en la cocina, en el curtido de las pieles o como conservante de los excedentes cárnicos y pescados.

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