grabados rupestres

donde se unen la tierra y el cielo

donde se unen la tierra y el cielo
En La Palma, la arqueología y la astronomía han cruzado las miradas, unos al suelo y otros al cielo, para coincidir en una misma dirección, interrelacionando las observaciones hasta confirmar la importancia de los atros entre los antiguos habitantes de Benawara.
“adoraban al Sol, la Luna y otros planetas” (Alvise Ca’da Mosto, 1455-1457)

"Quienes tratan de interpretar símbolos en sí mismos miran la fuente de luz y dicen:"no veo nada". Pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina. E igual pasa con el simbolismo" (Dan Sperber).





jueves, 30 de agosto de 2007

Vacaguare. El ritual de la muerte entre los awara

El antiguo por lo general, escribe L. Lévy-Bruhl (1985), cree en la supervivencia de los muertos. A su modo de ver, el hombre al morir cesa de formar parte del grupo de los vivos pero no deja de existir. Pasa simplemente, de este mundo al otro en donde continúa viviendo más o menos tiempo en nuevas condiciones. Cuando el hombre muere no puede decirse, según ellos, que un alma se ha separado de su cuerpo. El individuo muere y subsiste. Tan sólo su condición ha cambiado separado de la sociedad de los vivos, forma parte entonces de otro grupo, el de los muertos de su familia o de su clan. Viven con los miembros fallecidos de su grupo. Según el parecer del primitivo, el muerto no deja de existir. Su vida sólo ha terminado aquí, en la tierra, pero prosigue en otra parte. Lo que se produce es una mutación mística de su individualidad.
También aquí, y más que en ningún otro lugar, el mito transmite lo que hicieron los antepasados. Se mantienen y se respetan los rituales establecidos desde el principio. No quiere decir eso que no se puedan insertar determinadas variaciones, pero siempre estarán camufladas en el discurso de los antepasados.
En La Palma (Canarias en general), los yacimientos arqueológicos funerarios intactos son escasísimos producto de una intensa expoliación histórica, unos movidos por el aprovechamiento del polvo que producen los huesos desintegrados o machacados como abono (denominadas cuevas del polvo), las excavaciones realizadas en el siglo XIX por los científicos de aquellos momentos, el acopio de cadáveres y momias para los museos peninsulares y extranjeros, y las más recientemente acciones que han sacado mucho material por simple curiosidad o intención de rescatar piezas ya descontextualizadas y que, con el paso del tiempo, desaparecen o pasan a formar parte de estanterías y vitrinas particulares, así como las excavaciones arqueológicas más recientes que han pasado por alto la verdadera disposición u orientación de los cadáveres, tendente a orientar las sepulturas en un eje imaginario para los humanos de la prehistoria (norte, sur, este y oeste) sin tener en cuenta su verdadera visión astronómica: los solsticios. En la mayoría de los casos la reconstrucción es difícil.
El habitáculo estándar de la modalidad sepulcral awara es la cueva natural y covachas o cornisas basálticas situadas cerca de los hábitats permanentes. Las sepulturas son sencillas: deposición de cadáveres sin ningún tipo de construcción ni complementos. Las cuevas de mayores dimensiones eran utilizadas como sepulcros colectivos, dándose el caso de superponer cadáveres por falta de espacio en la oquedad de La Cucaracha (Mazo) o El Cuervo (Breña Alta). Incluso se llegaron a reutilizar antiguas cavidades de habitación (Los Pedregales, El Paso). Asimismo, es más habitual de lo que parece la presencia de restos óseos humanos sueltos, especialmente falanges, enterrados en cuevas de habitación permanentes. Por último, se ha constatado la existencia de manojos de huesos en pequeñas oquedades (La Cangrejera, Mazo).
La arqueología de la muerte trabaja la excavación a través del análisis macro-espacial para obtener su ubicación exacta en el entorno o paisaje, para lo cual no es necesaria la excavación, ya que se puede ubicar a través de distintos métodos de prospección del terreno y así, poder relacionar la localización de la necrópolis respecto al poblado.
Por otro lado, debemos tener en cuenta el número de necrópolis por poblado. Este apartado nos aporta información en cuanto a la demografía del lugar al que pertenecen las necrópolis, relaciones de parentescos, motivos sociales, motivos religiosos, etc. No olvidamos tampoco la posición de las cuevas sepulcrales en el paisaje, puesto que nos podrían incluso determinar otras cuestiones que aun no sabemos aplicar. Todavía queda mucho por hacer en el tema de la muerte.
Lo más normal es el uso de cavidades que no tienen condiciones para ser habitadas, bien por sus escasas dimensiones o por encontrarse en lugares de difícil acceso. Los cuerpos se suelen depositar en el suelo muy cerca de la boca que da entrada a la cueva; de alguna manera aislados de la tierra con listones de madera confirmado en las necrópolis de La Palmera (Tijarafe) y Cueva de Agua (Garafía).
Nos encontramos en la fase de deposición que corresponde al enterramiento propiamente dicho o a la inhumación del cadáver. Es la única que deja restos materiales con los que la arqueología va a poder trabajar y recuperar toda la información posible.
La inhumación aparenta ser la modalidad más frecuente sin ningún tratamiento especial de los cadáveres, excepto en algún caso hasta ahora descubierto en el Barranco del Espigón (Puntallana), los riscos de la Playa de Bajamar (Breña Alta) y el Barranco de Briestas (Garafía) en los que se embalsamaron los cuerpos que se recubrieron con varias capas de pieles de cabra atadas con cuerdas.
Un rito funerario diferenciado en Canarias, practicado en La Palma y documentado arqueológicamente, como es la cremación de huesos humanos parcial o totalmente, ha planteado no pocos problemas a los investigadores en los últimos años. La incineración es el paso del cuerpo a la reducción del mismo por medio de la cremación. Más bien que incineración se tratarían de cremaciones debido a que el cuerpo no llegaba a consumirse por completo, quedando los restos óseos más robusto como el cráneo, fémur, húmero, falanges, etc. ya que el fuego no alcanza la suficiente temperatura como para reducirlos a cenizas.
Podemos barajar dos hipótesis: intento de hacer espacio a nuevos cadáveres o ritual purificador. El arqueólogo Ernesto Martín (1985-1986-1987) apunta que la cremación se asocia siempre a materiales cerámicos de las fases más antiguas pero no exclusiva de éstas. Los yacimientos en que se ha registrado esta práctica están diseminados por toda la Isla, localizándose en distintos puntos de Garafía, Puntagorda, Tijarafe, Mazo, Breña Alta, Puntallana y San Andrés y Sauces. No obstante, como referencia arqueológica se toman los yacimientos de La Cucaracha (Mazo) y del Cuervo (Breña Alta). Ambos tienen en común que son necrópolis colectivas y los cadáveres se depositaron en varias capas superpuestas hasta, probablemente, colmar su capacidad. Concretamente, en el Barranco del Cuervo (Breña Alta), según los testimonios de los propios expoliadores, los enterramientos se disponían en tres capas, de las que sólo la inferior presentaba restos humanos quemados asociados a fragmentos de pino (P. canariensis) carbonizados y a un ajuar cerámico compuesto por recipientes de tendencia cilíndrica y decoración acanalada.
Las fuentes documentales recogen para La Palma prehispánica otro hecho singular y significativo dentro de los ritos mortuorios: el gerontocidio; esto es, la costumbre de alejarse de la comunidad para abrazar la muerte, el deseo de morir al final del ciclo, durante la vejez. Los ancianos que consideran que son una carga dentro del grupo piden voluntariamente la interrupción de la vida, algo aceptado culturalmente por la comunidad. En este tipo de sociedades el anciano no es abandonado por los demás, sólo se le deja para morir. En otros casos, como el de Tanausu, al ser engañado y prisionero por los invasores castellanos prefirió morir de hambre antes que vivir atado. Abreu Galindo (siglo XVI) recogió en su famoso texto la no menos conocida frase “vacaguaré” y la tradujo como “quiero morir”.
Los ancianos se mantienen integrados a la comunidad siempre y cuando no amenace la integridad o subsistencia del grupo. En los pueblos nómadas y pastores es fundamental el problema de la alimentación, por lo cual, el anciano que no puede procurarse su alimento es recibido por el resto de la comunidad para evitar la muerte por inanición. Supone una carga que el implicado no puede aceptar y decide morir. Llegado el momento, tomada la decisión, lo normal es que los más viejos se encerraran en una cueva con sus pertenencias preferidas y el gánigo conteniendo el alimento divino (la leche) para iniciar el viaje con sus antepasados nobles.
La evolución fonética de la voz amazigh, según Francisco P. De Luka (www.elguanche.net/paredderoberto.htm), es clara: ubakahuare <> bakaguare <> vacaguaré, por apócope de la “n” final y por posterior y deformante trascripción castellanizada. En el dialecto tahaggart del Sahara Central se documenta el verbo “ubak” = “querer ser, tener intención de…” (Ch. Foucauld, I, 1951). Por otra parte, el mismo autor cita “Houara” (Ahouara), al que puede asociarse la forma plural “Houaren” (Ahouaren), como etnónimo de la célebre tribu bereber Houara repartida por el centro y oeste del norte de África y que antaño habitaba el Fezzan libio. La voz “agra”, siempre según el citado autor, tiene la misma raíz que “Houara” (“Hawwara”) y su denominación se convirtió pues en sinónimo de “noble”. En base a lo arriba expuesto formulamos para Vacaguaré la solución literal “ubak ahouaren”=”querer ser (quiero ser) de los Ahouaren”, es decir, “quiero ser de los nobles”.
Una parte fundamental en los rituales mortuorios lo constituye el ajuar. Casi todos los indígenas creen que los muertos se hallan abocados a llevar en otra parte una vida bastante semejante a la de aquí abajo. No piensan que las personas desaparezcan completamente con la muerte. Lo que si niegan es la resurrección del cuerpo. Es una costumbre universal que el muerto, por mediación del cadáver, no siente únicamente el frío. Siente también hambre y sed. En consecuencia se le da al cadáver el alimento que necesita, puesto que tiene necesidad de comer y beber (vaso cerámico con leche u otro alimento sólido y que también tiene propio valor mágico en el recipiente en sí y en los motivos dibujados), así como otros objetos que en vida fueron de su propiedad: adornos personales (conchas) y herramientas (punzones, líticos, varas…) de forma que pueda cogerlo el cadáver. Es curioso el hallazgo de un recipiente cilíndrico de corteza de drago forrado de piel de cabra procedente de una cueva sepulcral de San Andrés y Sauces, en cuyo interior se encontraron diferentes objetos óseos (agujas) y un lítico, según consta en el registro de la Sociedad la Cosmológica.
Estos objetos nadie los hereda, son depositados en la sepultura con el difunto. Nadie se atreve a robar un hueso o uno de los objetos que haya servido para las ceremonias funerarias; sería considerado como el equivalente a turbar el reposo del propio muerto.
La muerte era, en general, un acontecimiento profundamente religioso, por eso las orientaciones concretas de los cuerpos en sus tumbas es un factor relevante para el conocimiento de dicha religiosidad que no se ha tenido en cuenta hasta estos momentos. El sol, escribe Alfonso López Borgoñoz, ligado a la resurrección del alma, era un buen lugar hacia donde apuntar el cuerpo del difunto, no habiendo ningún otro mejor (www.fortunecity.com/victorian/churchmews/1276/id28.htm).
Ahora nos basta con destacar la importancia vital que Abora tenía en todos los estados de sus vidas para confirmar una orientación de los cadáveres en la dirección de los solsticios. Las cuevas sepulcrales y los cuerpos se convertían en templos considerados como úteros generadores en los que la madre cósmica había concentrado sus divinas energías. Eran lugares fértiles por analogías metafóricas y mágicas del atributo maternal más importante, el de dar la vida. El cuerpo al morir retorna al lugar simbólico de donde salió. Es comparable a un nacimiento y se ha representado ritualmente, prácticamente en todas partes, a través de unas metáforas de reentrada en el útero. Esa orientación predeterminada indica la asociación de la suerte de las almas con Abora. La orientación a los solsticios nos recuerda la creencia de que el sol en su carrera representa las fases de la vida en ritmo continuo: nacimiento, cenit y muerte. El difunto está amparado en el camino peligroso al reino de las sombras.
José C. Cabrera, Mª A. Perera y Antonio Tejera (1999) afirman que el vínculo entre el sol, la lluvia y los espíritus ancestrales se halla ampliamente difundido por los cinco continentes en multitud de culturas. En el norte de África, la astrolatría y el culto al sol son inseparables de una exacerbada veneración por los antepasados. Obedece a la relevancia que los antiguos africanos asignaban al disco solar, como símbolo del renacimiento cotidiano, de la regeneración estacional, representando la encarnación plena de la inmortalidad con su retorno diario, en el que se ve acompañado por los difuntos, que vuelven cada día para favorecer a sus familiares vivos.
Dadas las dificultades de alteración de los huesos anteriormente expuestas, hemos limitado nuestra propuesta a una pocas cuevas sepulcrales: Barranco del Cuervo (Breña Alta), La Cucaracha (Mazo), laderas del Cuervo (cumbres de El Paso), Barranco de La Baranda (Tajarafe), Cueva del Negro (El Paso), Cueva de Agua (Garafía) y Altaguna (cumbres de El Paso), para demostrar que la disposición de los cuerpos tiene una clara orientación a los solsticios, aunque no sabemos si la cabeza miraba hacia el amanecer del solsticio de invierno o al ocaso del solsticio de verano. Las tumbas o los difuntos están orientados en una línea aproximada a los 120º y 290º, lo cual establece una asociación con los lugares de salida y la puesta del sol durante los solsticios de invierno y verano respectivamente (SE/NW). El sol es el factor en la determinación de la orientación. En las futuras intervenciones arqueológicas se deberá tener en cuenta este planteamiento si queremos obtener mejores resultados. Por su parte, el arqueólogo palmero Ernesto Martín apunta una orientación constatada de los cadáveres en La Cucaracha (Mazo) y La Palmera (Tijarafe) en dirección E-W u O-E, lo cual es bastante significativo.
Esta disposición guarda relación con el acontecimiento cósmico que vivifica la naturaleza con su luz y su calor, razón por la cual, para todas las culturas antiguas, representaba el auténtico nacimiento del sol, y con él, toda la naturaleza comenzaba a despertar lentamente de su letargo invernal y los humanos veían renovadas sus esperanzas de supervivencia gracias a la fertilidad de la tierra que garantizaba la presencia del astro divino, del dios más arcaico que la humanidad ha venerado, el sol. De la inmortalidad terrestre se pasa a creer en una inmortalidad de un alma que se eleva a los cielos a través de las esferas celestes, regresando a la madre solar. Desde hace miles de años, y para las culturas y sociedades más diversas, la época del solsticio de invierno (Diciembre) ha representado el advenimiento del acontecimiento cósmico por excelencia, del hecho más fundamental de cuantos podían garantizar la supervivencia del hombre, el nacimiento de la principal divinidad salvadora. La mayor parte de los cultos que hablaban de la vida tras la muerte tenían al sol como símbolo de fuerza y de renacimiento diario por oriente, pues era el lugar donde parecía que surgían las deidades.El nacimiento del sol, era el acontecimiento más importante para los awara, quienes lo celebraban encendiendo hogueras, todos se llenaban de alegría, realizaban danzas y levantaban plegarias a través de sus cantos. Y no es casualidad que el nacimiento de Jesucristo se haya concretado el 25 de diciembre. La celebración de la Navidad, para la cultura cristiana, dejó de tener una connotación solsticial formal y pasó a basarse y centrarse en la conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazaret. Esto no significa que la Iglesia católica haya mentido a sus fieles, sino que tuvo la oportunidad de tomar las creencias paganas y modificarlas para dar a conocer al Dios verdadero y acercarlos a él, tomando en cuenta sus creencias y deidades, es decir, le cambió el sexo y estableció también el nacimiento de "la luz divina". Las propias iglesias cristianas orientan la cabecera hacia el alba del solsticio de verano y el coro al ocaso del solsticio de invierno (www.iruene-la-palma.blogspot.com).

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