La realidad se puede ver de distintas formas; según sea la complejidad de los objetos en escena, se describen diferentes realidades. Se clasifica atendiendo a la frecuencia y a la diversidad. Los awara hicieron un esfuerzo para definir los conceptos que juzgaron más relevantes, y así poder comprender el mundo que los rodea. En la selección de elementos superaron la prueba de compatibilidad con el resto de la realidad. Y por eso le dieron una función, entendida como un concepto más amplio.
El centro de la isla de La Palma está horadado por la gran depresión de Acero o Caldera de Taburiente, Parque Nacional desde 1954, máximo exponente de un ecosistema geobiológico espectacular encerrado en una fortaleza natural semicircular de unos 9 km de diámetro, un perímetro de 28 km. y unos desniveles de casi 2.000 m. Su máxima altura supera los 2.400 m., salvando abismos mediante escarpes escalonados de más de 1.500 m. y casi verticales de 800 m. Presenta al descubierto formaciones geológicas de alto interés: el Complejo Basal, formado por lavas almohadilladas de tonos verdes, rocas plutónicas, diques basálticos, aglomerados y roques, y las series de pared más modernas.
Existen innumerables manantiales de agua que discurren en torrentes tranquilos, salpicados con pintorescas cascadas. El cauce de Taburiente recoge los aportes de las aguas cristalinas de los barrancos de Los Cantos de Turugumay, Verduras de Alfonso y Almendro Amargo; las aguas del cauce del Barranco de Las Rivanceras son de color amarillento por el alto contenido en sales de hierro que lleva disueltas. En el lugar conocido como Dos Aguas se reúnen las dos cuencas, dando paso al nacimiento del Barranco de Las Angustias, vía natural de salida de todos los materiales erosionados en La Caldera.
La vegetación dominante, la que define el paisaje, es el pinar al que le acompañan otras especies de menor porte como el amagante, el faro, la jara, la gacia, el tagasaste, diversos tajinanstes, entre otras; cerca de los manantiales o donde las condiciones de humedad son favorables encontramos fayas, viñátigos, laureles, brezos y sauces; también alberga una rica flora rupícola que crece en las escarpadas paredes y roques, entre los que destacamos las distintas especies de bejeques.
“La vista es grandiosa, tanto que, si pudiera transferirse a algún lugar cercano a Inglaterra, pronto se convertiría en una atracción universal. Incluso para nosotros resultaba magnífica, aunque es posible saciarse con tal exceso de bellos paisajes que finalmente empalagan a la vista”, escribía en 1887 la turista británica Olivia Stone después de alcanzar las cumbres del Roque de Los Muchachos.
Este espacio fue durante todo el período aborigen y los cinco siglos posteriores de cultura hispana, hasta hace apenas unas décadas, una dehesa comunal de suelta de ganado para su crianza en libertad, recogido periódicamente en apañadas para marcar las nuevas crías.
Sobre la pendiente del lomo muerto que se encuentra entre los barrancos del Almendro Amargo y El Limonero, al noroeste y muy cerca del enclave de Dos Aguas, se sitúa el esbelto monolito, formado de aglomerados volcánicos que han resistido la erosión hídrica, llamado Idafe.
El hombre ancestral no sólo hace imágenes verbales, sino también imágenes figuradas. Implora a las “estatuas” para que los proteja y le llevan ofrendas producto de un sacrificio. La imploración y el sacrificio están plenos de sentido simbólico, mientras Idafe conserva su significado simbólico. La creencia se ciega, se aferra al monolito y hace de ella un mito.
Ya desde el siglo XVI, la principal fuente de información la proporciona el fraile franciscano Abreu Galindo: “…roque o peñasco muy delgado, y de altura de más de cien brazas, donde veneraban a Idafe, por cuya razón al presente se llama el roque de Idafe…”. Con posterioridad otros investigadores intentaron desmitificar la idea religiosa y ceñirse a la simple realidad geográfica. Marín y Cubas nos proporciona la variante A-idafe, con la forma prefijada del artículo determinado. Álvarez Rixo se inclina por darle el valor -afe “pico”, obtenido a partir del análisis del topónimo Tenerife. Primero Juan Bautista Lorenzo y luego Álvarez Delgado confirman la fórmula “pico” y, así lo analizan como ida-fe “sagrado (divino) pico”. Con anterioridad, Abercromby apuntó la posibilidad de que Idafe tuviera el valor de columna o soporte del mundo, confirmada posteriormente por Rössler, y a la que se han apuntado recientes investigadores.
Algunas otras interpretaciones más o menos curiosas se suceden a lo largo de la investigación moderna sobre el topónimo Idafe. Sin embargo, nos vamos a quedar con la expuesta por D. Wölfel: adaf-adafen, “centinela”, “sirviente”, “vigilante”, donde el sustantivo tidaf cobra su sentido a partir del valor del verbo con significado de vigilancia.
El profesor Ahmed Sabir (2001) confirma que en el sudoeste de Marruecos existen ciertas clases de nombres etimológicamente antropónimos colectivos relacionados con los lugares donde se ubican o en alguna característica propia de ese mismo sitio. Este es el caso de Idafe. Según el citado autor, el verbo duf, abstracción hecha de cualquier contexto, admite al menos significados graduales que van desde el simple hecho de “ver” hasta el de “vigilar”, pasando por el de “mirar” y “observar”.
Está claro que el contexto se relaciona con la altura, encontrando paralelos en otras islas: Archefe (Tenerife y La Gomera), Jafe e Ijerfe (Tenerife), Idafchoron (Tenerife), Nizdafe (El Hierro), Tijarafe (La Palma). Los prominentes salientes rocosos ocupan un lugar destacado en los paisajes mitologizados de muchas culturas. El roque es una evocación a la montaña, de elevación sagrada que lleva directamente al cielo o a la morada de los dioses, pero es asimismo, la atalaya, el torreón que vigila. Nace de la tierra y del agua que lo rodea, y allí se mantiene firme para provocar el esfuerzo, el miedo, el heroísmo y lo incontrolable. Idafe vigila para que el mundo del aborigen mantenga el orden, tenga sentido. Tanto la forma como el nombre reflejan una tendencia antropomórfica arraigada, y es que la silueta de Idafe se asemeja a una forma humana. Por eso debe ser alimentado simbólicamente para que siga en su puesto y no muera, lo cual desencadenaría la ruptura de la armonía de la naturaleza y la desaparición de la propia comunidad (Miguel Martín, periódico La Voz de La Palma, 11-24 junio 2003).
Con esto nos apoyamos en el propio Abreu Galindo cuando afirma que tenían tanto temor a que se cayese y los matase que acordaron que todos los animales que matasen para comer, le diesen a Idafe las asaduras. Iban en procesión cantando hasta llegar a sus cercanías, diciendo: Y iguida y iguan Idafe, “dice que caerá Idafe”, y respondía otro: Que guerte yguan taro, “dale lo que traes y no caerá”. Después de arrojar al suelo las asaduras se marchaban. En la mentalidad antigua, el roque Idafe era un centinela y necesitaba comer como los propios humanos.
La clave de su permanencia es la compatibilidad con la realidad a la que ha accedido. Como la permanencia de un objeto tiene que ver con la incertidumbre de su entorno, la resistencia contra la incertidumbre es la fórmula estratégica fundamental para seguir estando (la estabilidad). El sentido que ahora cobra Idafe es cultural, a favor de la permanencia en la realidad. Existir significa mantener viva una identidad.
A Idafe se le habla, se le suplica o se le invoca, se le llevan ofrendas (comida) porque sienten la presencia de una fuerza mística diferente y difícil de explicar para nuestra mentalidad científica. Un roque que para nosotros no es más que un monolito pétreo, para los awara estaba cargado de una fuerza mística, capaz de ejercer sobre la suerte de los suyos una influencia dichosa o nefasta. Esa gran roca con “forma humana” es naturalmente otra cosa que lo que parece ser a simple vista. En muchas culturas con el mismo o parecido grado de desarrollo que los aborígenes canarios existe la creencia de piedras sagradas que fueron hombres e incluso caminan, casi siempre vistas como fuerzas corporales de los antepasados; otras veces como pilares del mundo. Según Lucien Lévy-Bruhl (1985), en Timor es frecuente que unas piedras sean objeto de culto, aunque la mayor parte de ellas no tengan sin embargo ningún poder por sí mismas. A los ojos de un antiguo, como se sabe, la esencia mística de un ser tiene mucha mayor importancia que su apariencia exterior. Para confirmar aun más lo que venimos contando tenemos el apoyo fundamental del entorno más cercano, el gran cráter de La Caldera: Acero. La complejidad de un objeto inerte tiende a coincidir con la complejidad de lo que lo rodea. Sigue con mayor o menor inercia los caprichos de su realidad inmediata. Interactúa con ella. En el análisis morfológico de la palabra Acero encontramos el género masculino, sustantivo y singular habitual en todas aquellas que comienzan por “a” y con carácter de valor colectivo de “lugar fuerte”. Como referentes del paisaje, Acero es el castillo de piedra e Idafe su centinela pétreo, el protector del pueblo awara.
El centro de la isla de La Palma está horadado por la gran depresión de Acero o Caldera de Taburiente, Parque Nacional desde 1954, máximo exponente de un ecosistema geobiológico espectacular encerrado en una fortaleza natural semicircular de unos 9 km de diámetro, un perímetro de 28 km. y unos desniveles de casi 2.000 m. Su máxima altura supera los 2.400 m., salvando abismos mediante escarpes escalonados de más de 1.500 m. y casi verticales de 800 m. Presenta al descubierto formaciones geológicas de alto interés: el Complejo Basal, formado por lavas almohadilladas de tonos verdes, rocas plutónicas, diques basálticos, aglomerados y roques, y las series de pared más modernas.
Existen innumerables manantiales de agua que discurren en torrentes tranquilos, salpicados con pintorescas cascadas. El cauce de Taburiente recoge los aportes de las aguas cristalinas de los barrancos de Los Cantos de Turugumay, Verduras de Alfonso y Almendro Amargo; las aguas del cauce del Barranco de Las Rivanceras son de color amarillento por el alto contenido en sales de hierro que lleva disueltas. En el lugar conocido como Dos Aguas se reúnen las dos cuencas, dando paso al nacimiento del Barranco de Las Angustias, vía natural de salida de todos los materiales erosionados en La Caldera.
La vegetación dominante, la que define el paisaje, es el pinar al que le acompañan otras especies de menor porte como el amagante, el faro, la jara, la gacia, el tagasaste, diversos tajinanstes, entre otras; cerca de los manantiales o donde las condiciones de humedad son favorables encontramos fayas, viñátigos, laureles, brezos y sauces; también alberga una rica flora rupícola que crece en las escarpadas paredes y roques, entre los que destacamos las distintas especies de bejeques.
“La vista es grandiosa, tanto que, si pudiera transferirse a algún lugar cercano a Inglaterra, pronto se convertiría en una atracción universal. Incluso para nosotros resultaba magnífica, aunque es posible saciarse con tal exceso de bellos paisajes que finalmente empalagan a la vista”, escribía en 1887 la turista británica Olivia Stone después de alcanzar las cumbres del Roque de Los Muchachos.
Este espacio fue durante todo el período aborigen y los cinco siglos posteriores de cultura hispana, hasta hace apenas unas décadas, una dehesa comunal de suelta de ganado para su crianza en libertad, recogido periódicamente en apañadas para marcar las nuevas crías.
Sobre la pendiente del lomo muerto que se encuentra entre los barrancos del Almendro Amargo y El Limonero, al noroeste y muy cerca del enclave de Dos Aguas, se sitúa el esbelto monolito, formado de aglomerados volcánicos que han resistido la erosión hídrica, llamado Idafe.
El hombre ancestral no sólo hace imágenes verbales, sino también imágenes figuradas. Implora a las “estatuas” para que los proteja y le llevan ofrendas producto de un sacrificio. La imploración y el sacrificio están plenos de sentido simbólico, mientras Idafe conserva su significado simbólico. La creencia se ciega, se aferra al monolito y hace de ella un mito.
Ya desde el siglo XVI, la principal fuente de información la proporciona el fraile franciscano Abreu Galindo: “…roque o peñasco muy delgado, y de altura de más de cien brazas, donde veneraban a Idafe, por cuya razón al presente se llama el roque de Idafe…”. Con posterioridad otros investigadores intentaron desmitificar la idea religiosa y ceñirse a la simple realidad geográfica. Marín y Cubas nos proporciona la variante A-idafe, con la forma prefijada del artículo determinado. Álvarez Rixo se inclina por darle el valor -afe “pico”, obtenido a partir del análisis del topónimo Tenerife. Primero Juan Bautista Lorenzo y luego Álvarez Delgado confirman la fórmula “pico” y, así lo analizan como ida-fe “sagrado (divino) pico”. Con anterioridad, Abercromby apuntó la posibilidad de que Idafe tuviera el valor de columna o soporte del mundo, confirmada posteriormente por Rössler, y a la que se han apuntado recientes investigadores.
Algunas otras interpretaciones más o menos curiosas se suceden a lo largo de la investigación moderna sobre el topónimo Idafe. Sin embargo, nos vamos a quedar con la expuesta por D. Wölfel: adaf-adafen, “centinela”, “sirviente”, “vigilante”, donde el sustantivo tidaf cobra su sentido a partir del valor del verbo con significado de vigilancia.
El profesor Ahmed Sabir (2001) confirma que en el sudoeste de Marruecos existen ciertas clases de nombres etimológicamente antropónimos colectivos relacionados con los lugares donde se ubican o en alguna característica propia de ese mismo sitio. Este es el caso de Idafe. Según el citado autor, el verbo duf, abstracción hecha de cualquier contexto, admite al menos significados graduales que van desde el simple hecho de “ver” hasta el de “vigilar”, pasando por el de “mirar” y “observar”.
Está claro que el contexto se relaciona con la altura, encontrando paralelos en otras islas: Archefe (Tenerife y La Gomera), Jafe e Ijerfe (Tenerife), Idafchoron (Tenerife), Nizdafe (El Hierro), Tijarafe (La Palma). Los prominentes salientes rocosos ocupan un lugar destacado en los paisajes mitologizados de muchas culturas. El roque es una evocación a la montaña, de elevación sagrada que lleva directamente al cielo o a la morada de los dioses, pero es asimismo, la atalaya, el torreón que vigila. Nace de la tierra y del agua que lo rodea, y allí se mantiene firme para provocar el esfuerzo, el miedo, el heroísmo y lo incontrolable. Idafe vigila para que el mundo del aborigen mantenga el orden, tenga sentido. Tanto la forma como el nombre reflejan una tendencia antropomórfica arraigada, y es que la silueta de Idafe se asemeja a una forma humana. Por eso debe ser alimentado simbólicamente para que siga en su puesto y no muera, lo cual desencadenaría la ruptura de la armonía de la naturaleza y la desaparición de la propia comunidad (Miguel Martín, periódico La Voz de La Palma, 11-24 junio 2003).
Con esto nos apoyamos en el propio Abreu Galindo cuando afirma que tenían tanto temor a que se cayese y los matase que acordaron que todos los animales que matasen para comer, le diesen a Idafe las asaduras. Iban en procesión cantando hasta llegar a sus cercanías, diciendo: Y iguida y iguan Idafe, “dice que caerá Idafe”, y respondía otro: Que guerte yguan taro, “dale lo que traes y no caerá”. Después de arrojar al suelo las asaduras se marchaban. En la mentalidad antigua, el roque Idafe era un centinela y necesitaba comer como los propios humanos.
La clave de su permanencia es la compatibilidad con la realidad a la que ha accedido. Como la permanencia de un objeto tiene que ver con la incertidumbre de su entorno, la resistencia contra la incertidumbre es la fórmula estratégica fundamental para seguir estando (la estabilidad). El sentido que ahora cobra Idafe es cultural, a favor de la permanencia en la realidad. Existir significa mantener viva una identidad.
A Idafe se le habla, se le suplica o se le invoca, se le llevan ofrendas (comida) porque sienten la presencia de una fuerza mística diferente y difícil de explicar para nuestra mentalidad científica. Un roque que para nosotros no es más que un monolito pétreo, para los awara estaba cargado de una fuerza mística, capaz de ejercer sobre la suerte de los suyos una influencia dichosa o nefasta. Esa gran roca con “forma humana” es naturalmente otra cosa que lo que parece ser a simple vista. En muchas culturas con el mismo o parecido grado de desarrollo que los aborígenes canarios existe la creencia de piedras sagradas que fueron hombres e incluso caminan, casi siempre vistas como fuerzas corporales de los antepasados; otras veces como pilares del mundo. Según Lucien Lévy-Bruhl (1985), en Timor es frecuente que unas piedras sean objeto de culto, aunque la mayor parte de ellas no tengan sin embargo ningún poder por sí mismas. A los ojos de un antiguo, como se sabe, la esencia mística de un ser tiene mucha mayor importancia que su apariencia exterior. Para confirmar aun más lo que venimos contando tenemos el apoyo fundamental del entorno más cercano, el gran cráter de La Caldera: Acero. La complejidad de un objeto inerte tiende a coincidir con la complejidad de lo que lo rodea. Sigue con mayor o menor inercia los caprichos de su realidad inmediata. Interactúa con ella. En el análisis morfológico de la palabra Acero encontramos el género masculino, sustantivo y singular habitual en todas aquellas que comienzan por “a” y con carácter de valor colectivo de “lugar fuerte”. Como referentes del paisaje, Acero es el castillo de piedra e Idafe su centinela pétreo, el protector del pueblo awara.
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