grabados rupestres

donde se unen la tierra y el cielo

donde se unen la tierra y el cielo
En La Palma, la arqueología y la astronomía han cruzado las miradas, unos al suelo y otros al cielo, para coincidir en una misma dirección, interrelacionando las observaciones hasta confirmar la importancia de los atros entre los antiguos habitantes de Benawara.
“adoraban al Sol, la Luna y otros planetas” (Alvise Ca’da Mosto, 1455-1457)

"Quienes tratan de interpretar símbolos en sí mismos miran la fuente de luz y dicen:"no veo nada". Pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina. E igual pasa con el simbolismo" (Dan Sperber).





viernes, 31 de agosto de 2007

Identidad social awara

¿Cómo vivían los awara? Reconstruir el pasado no es tarea fácil y requiere de metodologías rigurosas que permitan interpretar todo tipo de restos arqueológicos y fuentes documentales. Debemos considerar los vestigios culturales no tanto como objetos materiales sino como ideas, imaginando el comportamiento cultural. La reconstrucción del pasado nos lleva a las inferencias si pretendemos ir más allá de las casi estériles descripciones del registro arqueológico para poder formular proposiciones interesantes acerca del pasado. Esto no es nada nuevo, muchos arqueólogos lo hacen sin consideración de métodos empleados. Entonces, ¿necesitamos una arqueología explícitamente social? En primer lugar, una arqueología social es aquella que no se limita a describir los materiales que se hayan podido conservar de nuestro más remoto pasado, sino que tiene como objetivo llegar a entender la sociedad o sociedades que produjeron y/o usaron esos materiales. Es una arqueología que interpreta al reconstruir la dimensión social.
La sociedad también está diseñada por los mitos. Conforma el grupo humano, el modo de integración y de reconocimiento entre los componentes de una determinada sociedad. Dan cohesión interna, confirman las costumbres de identidad, sus instituciones, mantienen la memoria colectiva y las creencias. Transmiten una clara seña de identidad. La sociedad sustenta las prácticas mágico-míticas, y a su vez éstas sustentan la sociedad.

Individuo social, ser cultural.
Según la concepción más universalmente aceptada, el humano es un individuo de naturaleza social. Los seres humanos, además de ser individuos, únicos e indivisibles, son seres sociales; esto es, seres que para sobrevivir y desarrollarse necesitan de la cooperación y el auxilio de otros seres humanos.
El término sociedad se aplica a todo el conjunto de los seres vivos; no obstante, por razones obvias, nos acercaremos a las agrupaciones de personas que se juntan para la satisfacción de necesidades primarias (reproducirse, comer, vestir…) y otras más complejas para la realización y perfeccionamiento como seres humanos y como comunidad.
Las sociedades tradicionales no eran anárquicas, sus conductas estaban constreñidas a las áreas de procedencia. Allen W. Jonson y Timothy Earle (2003) nos adentran en la evolución cultural como propiedad de todas las culturas humanas mediante un proceso acumulativo en el dominio de la naturaleza a través de la cultura. La idea de que la evolución social puede seguir cursos diferentes, en función de la historia y la ecología propias, implica la posibilidad de que comunidades particulares, que han alcanzado una solución viable a los problemas que plantean la población y el medio, no necesitan evolucionar de ninguna manera si las condiciones no cambian significativamente. Ninguna tendencia intrínseca a perfeccionarse dirige la tecnología hacia un incremento constante de los niveles de eficacia energética. Horticultores y pastores, pese haber producido energía, pueden permanecer igualitarios y a pequeña escala.
Siguiendo a L. A. White (1982) podemos entender como la cultura puede ser considerada, desde el ángulo de la interpretación y análisis científicos, como una cosa sui géneris, como una clase de hechos y procesos que se comporta en términos de sus propios principios y leyes y que, por consiguiente, sólo puede ser explicada en términos de sus propios elementos y procesos. La cultura puede ser considerada así como un proceso autónomo y contenido en sí mismo; uno que puede ser explicado únicamente en sus propios términos. Para entender esto correctamente debemos dejar a un lado nuestras conductas occidentales modernas, nuestra forma de ver el mundo. El individuo prehispánico actuaba mediante conductas que le brindaran estabilidad, cohesión.
Por lo tanto, la evolución social es también la evolución cultural, política, material, económica y religiosa a la vez. De este modo, las pautas de comportamiento y de conducta continentalizadas fueron introducidas y reproducidas en La Palma. Ahora bien, los awara pasaron a ser una sociedad isleña evolucionando singularmente para adaptarse a las condiciones y circunstancias geográficas, tecnológicas, económicas e ideológicas sobre un ámbito territorial muy limitado. En esta naturaleza adaptativa, la organización social originaria fue variando al buscar nuevas necesidades de racionalizar el acceso a los recursos y la integración del grupo con el nuevo marco ambiental. El ser humano vive y crea su propio entorno para vivir. La primera consecuencia innegable de este proceso de evolución es la reacción en cadena de cambios económicos y sociales que facilitan el incremento de la población que, a su vez, generará problemas de espacio, incremento de la competencia por los recursos y las poblaciones se ven circunscritas por sus inversiones a sus propios territorios con la consiguiente falta de libertad de movimientos. Benawara se hizo isleña cuando el hombre adquirió los conocimientos de sus ancestros y fue capaz de transmitirlos, mediante la enseñanza, a sus descendientes.
Estrechándonos de este modo al contexto insular, obtendremos una particularidad tanto en los acontecimientos sociales como en los modos de conducta, en los procesos sociales e, incluso, en las instituciones. Sin razonarlo, fabricaron su propia bioidentidad o, mejor aún, una cosmoidentidad cultural diferenciada.
A pesar de todo, entender correctamente, siquiera de una manera aproximada, las descripciones de una cultura desaparecida hace mucho tiempo, atendiendo a las fórmulas que ellos usaban para definir lo que sucede, es muy dificultoso. En palabras de Clifford Geertz (1996), el análisis cultural es (o debería ser) conjeturar significaciones, estimar las conjeturas y llegar a conclusiones explicativas partiendo de las mejores conjeturas. La meta es llegar a grandes conclusiones partiendo de hechos pequeños pero de contextura muy densa, prestar apoyo a enunciaciones generales sobre el papel de la cultura en la construcción de la vida colectiva relacionándolas exactamente con hechos específicos y complejos.
A partir de los conocimientos existentes sobre el orden cultural, los proyectos de la comunidad awara con la práctica van fructificando al dar significado a los nuevos objetos transformando la estructura que posibilita el cambio del sistema después de enfrentarse con el mundo externo. Al organizarse la nueva sociedad se toma conciencia de sí como forma institucional y, prescriptivamente, todos los sucesos se empiezan a valorar por su similitud con el sistema constituido. Lo que acontece entonces es la proyección del orden existente. A partir de ahora todo es ejecución y repetición en condiciones hegemónicamente ordenadas y como destino colectivo.
El arraigo a un espacio, la territorialidad, constituye uno de los principios organizativos del sistema comunitario. El apego al terruño fue tan intenso que, a medida que la población iba creciendo, la disponibilidad de los recursos (pastos y agua) fue generando una dura competencia entre las familias y las fracciones. Nos parece enormemente significativo que en el siglo XV, La Palma fuera la isla con mayor número de demarcaciones en todo el Archipiélago Canario.
Para poder estudiar las poblaciones beréberes insulares canarias es conveniente comenzar por cuantificar la escala de la sociedad, la unidad social. Los investigadores han realizado diferentes clasificaciones atendiendo a una serie de características. La mayoría nos parecen muy rígidas, sobre todo en el momento de abordar los grupos no estatales; aquellos que surgieron en los mismos albores de la humanidad, caracterizados por estructuras modestas, por mantener formas primarias de cohesión social y de gobierno y sus territorios presentar fronteras inestables. Generalmente son sociedades no agrícolas. Los awara se encontraban en una escala social basada en un sistema grupal con características de banda y tímidas incursiones de jefatura.

Sociedad “igualitaria”.
El arqueólogo José Juan Jiménez (1999) nos aclara que el concepto de sociedad igualitaria exige conocer la diferencia entre ideologías y prácticas igualitarias, pertenecientes a sistemas basados en ideologías de igualdad de oportunidades que, de hecho, puede contener enormes desigualdades en los recursos materiales y en el acceso al poder, atribuidas a diferentes aptitudes o habilidades.
Una sociedad igualitaria es aquella en la que hay tantas posiciones de prestigio en cualquier grado de edad y sexo, como personas capaces de ocuparlas. Teóricamente, sería aquella en la cual cada individuo es de categoría semejante, donde nadie es de categoría superior. Pero ni siquiera las sociedades más antiguas podrían describirse como igualitarias en este sentido, puesto que la estratificación social, la diferenciación del trabajo y el distinto valor en su peso social, reconoce privilegios entre los hombres y las mujeres, los niños y los ancianos. No obstante, a grandes rasgos, implican sociedades indivisas, sin clases y sin órgano de poder separado. En palabras de Pierre Clastres (www.revistacontratiempo.com.ar/clastres.htm) son la infancia de la humanidad, la primera edad de su evolución y, como tales, incompletas, inacabadas, destinadas en consecuencia a crecer, a convertirse en adultas, a pasar de lo apolítico a lo político.
Las sociedades denominadas igualitarias pueden comprender sistemas más o menos articulados e interdependientes, entre los que destaca la adquisición intersocial de recursos alimenticios. Al mismo tiempo, la naturaleza y el grado de interdependencia creado por esa estrategia varían con las condiciones medioambientales específicas y las técnicas de producción y obtención de alimentos. Un colectivo que experimenta una escasez de recursos puede desarrollar diversas opciones. De una parte la exclusión competitiva de una población del territorio que ocupa, la agresión para obtener los bienes o el robo secreto. Por otra, interacciones cooperativas que implican compartir los recursos con los habitantes que experimentan escasez. Esta segunda opción fue más habitual entre los awara, facilitada por el parentesco, los lazos de asociación e intercambio. Pero no se descartan los momentos de competitividad que degeneraron en conflictos abiertos.
Ya sabemos que las sociedades arcaicas están determinadas negativamente, por sus carencias: sin estado, sin escritura, sin historia. Y se las determina en lo económico (con economía de subsistencia). Si con esto se dice que ignoran la economía de mercado donde fluyen los excedentes, no se dice nada, sólo se subraya otra deficiencia más, siempre en relación con nuestro propio mundo. Están sin estado, sin escritura, sin historia y sin mercado. Pero el sentido común objeta: ¿para qué sirve un mercado sin excedentes? La idea de economía de subsistencia revela que si estas sociedades no producen excedentes es por incapacidad, porque están ocupadas en sobrevivir. Antigua imagen, siempre eficaz, de la miseria de los salvajes. Y para explicar su incapacidad de abandonar el vivir al día, se pretexta la inferioridad técnica.
¿Qué hay de cierto en ello? Si por técnica se entiende el conjunto de procedimientos con que se proveen los hombres, no para asegurarse el dominio absoluto de la naturaleza (esto sólo vale para nuestro mundo y su demente proyecto cartesiano del que apenas empiezan a medirse las consecuencias), sino para asegurarse un dominio del medio natural, relativo a sus necesidades, no puede hablarse de inferioridad técnica. Su capacidad para satisfacer sus necesidades es igual a la que enorgullece a la sociedad industrial. Todo grupo humano llega a ejercer dominio sobre su medio. No se sabe de ninguna sociedad que se haya establecido, por presión externa en un medio imposible de dominar. O desaparece o cambia de territorio. Hay que ir a los museos etnográficos, a observar la exactitud de los instrumentos, que hace de cada uno una obra de arte. No hay jerarquía hablando de técnica, ni superior ni inferior. Un equipamiento tecnológico se mide por la capacidad de satisfacer las necesidades de la sociedad. De ninguna manera las sociedades primitivas han sido incapaces para realizar tal propósito (Pierre Clastres, www.psicologiagrupal.cl).

La unidad familiar.
Los primeros pobladores de la isla de La Palma estaban integrados en un solo grupo pequeño caracterizado por una estructura social unida, coherente y equilibrada, sin instituciones políticas especializadas. Actuaba como una familia identificada con su pueblo y a la cual pertenecía como valor inmutable. Por ello, el grupo fundador dio el nombre a su territorio: Benawara.
Conforme los miembros de la comunidad aumentaban, la estructura segmentaria se iba reproduciendo en círculos concéntricos por los diferentes espacios y ecosistemas insulares. Con el paso de los siglos fueron capaces de mantener un sistema de relaciones expresado territorialmente. Les unía el parentesco y la pertenencia a la comunidad.
La familia es la esencia, el segmento mínimo y el eje del entramado social al formar comunidades ligadas por estrechos lazos de parentesco distribuidas por toda la geografía insular. Ordenan su funcionamiento interno y tienen una actitud común en todos los sentidos puesto que las relaciones familiares parten del parentesco y la descendencia. Siguiendo las explicaciones de Lucien Lévy-Bruhl (1985), el individuo adopta los parentescos de su grupo, no como nosotros los conocemos. No distinguen entre su padre y su madre de hecho y entre los hombres y las mujeres que pertenecen al grupo. Este conocimiento es probablemente la primera concepción social que se forja en un niño. Es el fundamento en el cual se sostiene la sociedad. Los hermanos de un hombre son llamados padres de sus hijos y las hermanas de una mujer, madres de sus hijos. Donde existe la familia clasificatoria, no hay fronteras claras entre los parientes en línea directa y los parientes en línea colateral. El concepto “hijo” está siempre acompañado de un pronombre posesivo para designar sus propios hijos y los de sus hermanos y hermanas. Así entendido, el parentesco es más un bien social que familiar. Las cosas no se hacen en nombre de ningún “yo” sino en nombre de un “nosotros”. Todo los rituales, toda la educación tiende a integrar al individuo en la colectividad y a desarrollar en él cualidades paralelas a las de los otros individuos del grupo. Los derechos y los deberes de un hombre nacen condicionados por su lugar en la familia y por el lugar de la familia en la comunidad.
El clan es una sociedad natural de socorro mutuo cuyos miembros están obligados a proporcionar a sus compañeros toda la ayuda que puedan en vida. Un miembro pertenece a su clan, no se pertenece a sí mismo. Si sufre una calamidad, los miembros de su clan le obtendrán reparación, si comete una falta, se reparten la responsabilidad. Si se le da muerte, la venganza pertenece al clan.
Con el paso de los siglos, la unidad del clan se va subdividiendo en diferentes comunidades con sus propios territorios y líderes como producto de un seguro de garantía para el acceso a los campos de pastoreo. Habitan dispersos en aldeas sedentarias y de algún modo, móviles dependiendo de las condiciones ambientales a lo largo de los años. Sin embargo, la forma estructural de la población awara permanece.
A modo ejemplar, en la isla de La Palma un modelo frecuente de asentamiento en el año 500 podría ser el de una sola demarcación de entre dos o tres posibles, contando con 500 o 600 personas subdivididas en segmentos del linaje del tamaño de un poblado que cuenta con 20 o 30 individuos, variable en extensión según la disponibilidad de los recursos. Otro modelo, en este caso del año 1400, representaría una demarcación de once posibles, con 400 o 500 personas subdivididas por segmentos de linaje en poblados de 50 o 100 individuos.
El grupo local forma un equipo político ritualmente integrado y puede tener un cabecilla, pero se fragmenta normalmente en los grupos de parentesco que lo constituyen, o bien estacionalmente o bien periódicamente como resultado de disputas internas. Las relaciones intercomunitarias son sumamente importantes para la seguridad de la comunidad, lo mismo que la religiosidad (Allen W. Jonson y Timothy Earle).
Cada subgrupo se organiza desde dentro por medio de relaciones bioculturales estrechas y flexibles, aunque es tarea del grupo local organizar y regularizar las interacciones, los derechos y las obligaciones entre todos. A su vez, los grupos locales se hallan unidos al resto por extensas relaciones familiares, de amistad personal, ceremonias comunales, alianzas, matrimonios, etc.
Los grupos domésticos se relacionan mediante vínculos sanguíneos de descendencia respecto a un ancestro común y a un territorio común cuya explotación le proporcione la subsistencia. Según recogemos de J. C. Cabrera, Mª. A. Perera y A. Tejera (1999), la mayoría de las sociedades asentadas en medios insulares estructuran sus linajes de acuerdo a un patrón de descendencia unilineal. El origen del predominio de la unilinealidad reside, según los antropólogos, en procesos de explotación prolongada de ecosistemas con recursos restringidos y limitados, que genera una dura competencia entre las unidades poblacionales, acelerando la necesidad de fomentar núcleos solidarios de individuos bien localizados y definidos.
La monogamia podía ser la norma habitual en el seno familiar; los matrimonios eran contratos o alianzas entre segmentos de parentesco dispersos siguiendo los dictados de la disponibilidad de los recursos, maximizando la flexibilidad dentro de su territorialidad. En este sentido, no hay cavidad en La Palma, con una disposición y unas condiciones dimensionales mínimas, que no albergue algún resto arqueológico.
Internamente, la familia está compuesta por la célula básica (abuelos, padres, tíos, hermanos y primos), cuyos patrones de filiación vienen recogidos en las fuentes escritas, demostrando la existencia de un sistema de descendencia matrilineal. Según los autores anteriormente citados, el mito de origen entre los canarios establece un ancestro femenino –Attidamana- para el linaje que gobierna la Isla en el momento de la conquista, en un ejemplo asimilable al antepasado mítico femenino de la fracción Kel Rela de los tuareg: la reina Tin Hinan.
La filiación matrilineal es defendida por todos los investigadores de las culturas prehistóricas canarias. Ahora bien, el matriarcado no pertenece a ningún pueblo determinado, sino a un estadio cultural. Se trata siempre de pueblos en cuyas costumbres hereditarias imperaba el matriarcado, el culto a la mujer y la igualdad de derechos para ambos sexos. En cuanto a los beréberes, las antiguas crónicas nos informan detalladamente como los garamantes y los atalantes, por ejemplo, acogían al marido en la familia de la mujer, daban a los hijos el nombre de la madre, reconocían la autoridad de jefes femeninos y veneraban deidades femeninas. Esta clase de cultura era la que los pueblos europeos del Mediterráneo (patrilineales) designaban despreciativamente con el nombre de bárbara; es más, la consideraban el exponente máximo de la barbarie.
La idea principal de las teorías del matriarcado es que se da una primacía a la figura de la mujer en la sociedad, ya que dentro de la familia, debido a su papel de madres, tiene gran poder, e incluso bajo la influencia del matriarcado, la divinidad celeste superior (Abora) es femenina. Escribe Victor Turner (1997) que los ndembu [pueblo del noroeste de Zambia, África] trazan la descendencia a través de las mujeres porque “la sangre de la madre es manifiesta y evidente por sí misma, mientras que nunca se puede saber con certeza quién ha sido el genitor”. La matrilinealidad proporciona una base más segura para trazar la descendencia. Por eso el parentesco matrilineal proporciona el armazón de los grupos permanentes y controla la sucesión y la herencia dentro de esos grupos. El poblado sigue siendo en lo esencial una estructura de relaciones entre parientes varones. Se sigue subrayando la unidad de los hermanos uterinos, hijos de la misma madre.
Desde el punto de vista del individuo, sus parientes más próximos serán sus hermanos, su madre y los hermanos de ésta; los hijos pertenecen al grupo familiar de la madre. Ahora bien, que la descendencia sea matrilineal no implica que las mujeres sean las que tomen las decisiones políticas, las dueñas de la casa y de la tierra, ni si quiera las que dirijan el tagoror y los rituales religiosos. Son principalmente los hombres (los parientes varones pertenecientes al mismo matrilinaje) los que toman esas y otras decisiones dentro de la familia y en el clan. En este sentido, el matriarcado afecta sólo a sus hijos. La principal tarea de la comunidad, el pastoreo, es esencialmente tarea masculina, mientras que las mujeres quedan relegadas a las actividades caseras y la recolección. Esta división de tareas conduce a una fuerte interdependencia entre maridos y mujeres, por lo que las relaciones de género tienden a ser igualitarias, fundadas en el respeto de los roles que cada cual aporta a la vida en común.
Las mujeres awara son descritas en las fuentes como belicosas, osadas y animosas, peleaban como los hombres con piedras y con varas largas (L. Torriani); también se las señala como fieras capaces de ejecutar sin perdón a los cristianos prisioneros (Abreu Galindo). Siguiendo con las exageraciones, G. Frutuoso considera que en ellas estuvo principalmente la defensa de su isla. Incluso se crearon leyendas como la de Guayanfanta, aguerrida mujer que hizo frente, durante la conquista, a varios castellanos a la vez, siendo reducida después de haber derribado al primero y cargarlo bajo el brazo hasta la ladera de un barranco en clara intención de tirarse al vacío.
Los niños y los adolescentes estarían sujetos a procesos de aprendizaje continuo en todas las facetas de la ganadería y del conocimiento del medio, ayudando en las labores de la vigilancia y la conducción de manadas. Las niñas se relacionaban con las labores femeninas. A los varones adultos y ancianos, debido a su experiencia, aparte de las tareas derivadas del pastoreo, les corresponderían también las funciones de gestión y toma de decisiones estratégicas para la comunidad, así como la resolución de conflictos. El respeto hacia las personas ancianas es una constante entre los awara, al igual que en cualquier sociedad indígena. La vejez es reverenciada, pues su poderío es más místico que físico.
Las personas se pueden afiliar a un campamento a través de ascendencia bilateral o matrimonio, de manera que una familia pueda unirse a cualquier otra en distintos campamentos. Las normas del matrimonio son muy flexibles y ayudan a crear una red de relaciones familiares entre campamentos. Las dudas o disputas se saldan con la separación; sin embargo, las resoluciones de grandes conflictos también se saldan con un matrimonio. Por lo tanto, cualquier tipo de matrimonio era permitido mientras no existiese ninguna clase de parentesco entre los contrayentes. Por lo tanto, las esposas se tomaban de otras familias, siendo la dote un número determinado de cabezas de ganado.
El número de hijos que una mujer podía tener estaba regulado por las necesidades y recursos económicos existentes. Ante períodos críticos y cuando los mecanismos de abstinencia sexual o el aborto eran insuficientes, la sociedad awara permitió el sacrificio de recién nacidos. Se trata de un método de control demográfico ampliamente utilizado en la historia de la humanidad. Bonnet (1940) recoge para La Palma una cita de D. Gomes sobre el sacrificio ritual de los niños, sin diferencia de sexos, a manos de sus padres, quebrándoles el cráneo con una piedra para matarlos, lo mismo hacen cuando algún cristiano arriba a la Isla y excede el número de ellos en aquel momento, pues si no lo dejan vivir. El carácter ritualista y sagrado se añade en el momento en el que el indígena busca la piedad divina por medio de esos actos tan dolorosos para no pasar hambre y poder sobrevivir (Miguel Martín. La Voz de La Palma, nº 66, 23 octubre-6 noviembre de 1998).

Liderazgo.
En toda sociedad, por tradicional que fuera, existía algún tipo de forma política diferencial de la esfera simplemente social. Los awara parten de su naturaleza familiar, escasamente jerarquizada y cuyas unidades, como hemos comprobado, gozan de amplia autonomía. No fueron iguales las proporciones de acciones políticas en el orden social durante el siglo I a.C. que durante el siglo V o el XVI d.C. Muy despacio, algunas personas toman un lugar de apariencia distinta frente al resto del grupo, actuando de portavoz en las decisiones importantes de la comunidad, sin aparente poder político o económico. O sea, el liderazgo era desempeñado sólo en determinadas situaciones de conflicto. Ahora bien, es verdad que la autoridad del líder podía variar en función de los hombres que lo usan, provocando procesos de litigios, rupturas y subdivisiones.
La creación de especializaciones por regiones suponía una administración más compleja que denota la presencia de una economía política. En un espacio físico tan pequeño como la isla de La Palma se llegaron a crear, al menos en los últimos momentos de la prehistoria, hasta 11 cantones con sus jefes:

Cantón Jefes
Aridane Mayantigo
Tijuya Chedey
Guehebey Tamanca
Ahenguareme Echentire y Azuquahe
Tigalate Juguiro y Garehagua
Tedote y Tenibucar Tinisuaga, Agasencie y Ventacayce
Tenagua Atabara
Adeyahamen Bediesta
Tagaragre Temiaba (Autinmara)
Tegalgen Bediesta
Tixarafe Atogmatoma
Elaboración propia. Fuente: Abreu Galindo

En tiempos de la conquista los aborígenes contrarios a la ocupación se concentraron en Acero (La Caldera), encabezados por el valeroso Tanausu. Tenemos la duda a la hora de asignar un territorio que siempre fue comunal al dominio privado de un grupo.
Es lógico que la sociedad awara se estructurara en una serie de puntos basados en el control de las relaciones sociales de sus miembros por medio de unas reglas de etiqueta y de sanción que definen la conducta, los hábitos y costumbres, variables con el tiempo. No siempre debieron de existir los líderes, a veces podía ser una banda, un consejo, una familia o diferentes personas las que actuaban como portavoces de la voluntad general. Sin embargo, el liderazgo es fruto de una paulatina concentración del poder, en parte, debido a la saturación del medio, a la escasez de recursos o a la sucesión de conflictos. El carisma se va adquiriendo hasta obtener una dotación casi divina. Tenemos el ejemplo de Mayantigo, cuyo nombre se traduce como “pedazo de cielo” por su gentileza y buena postura. Su posición tiene que basarse enteramente en sus cualidades personales.
Un líder debe siempre obedecer la voluntad de la comunidad, no puede llevar la política por su cuenta, puesto que está desprovisto de poder. Cuando ejerce lo hace en nombre del grupo. Su discurso no es el del poder, no formula órdenes, ni arbitra solo. Por lo tanto, el liderazgo no es sino el lugar supuesto, aparente de poder. La sociedad está por encima, nunca debe jerarquizar diferencias entre sus miembros. Cada grupo se gobierna aparte por medio de una asamblea en la que cada familia está representada.
En definitiva, la evolución del estado awara se describe en términos de crecimiento y desarrollo interno con instituciones gubernamentales más personales (parentesco y territorio) y aumento de clanes y linajes confederados territorialmente, mutuamente independientes, con sus propias tierras y campos de pastoreo variados en recursos naturales, con numerosos nichos ecológicos en costas, medianías y cumbres.

Las hostilidades.
Las relaciones sociales siempre acarrean diferentes problemas políticos que deben ser resueltos, en este caso, directa y oportunamente. La vida de los awara es pacífica, aunque de vez en cuando se producen algunas hostilidades, generalmente por motivos triviales como la afirmación de superioridad de un segmento sobre otro, la violación de pastos, el robo de ganado, deudas de sangre, entendida como venganza, o frente a enemigos externos.
Saltarse las normas familiarmente aceptadas requiere una sanción, que en el caso de los awara es consuetudinaria pública, con la desaprobación general más o menos importante, la expulsión temporal y, en el punto extremo, el ostracismo, destino equivalente a la muerte en su grupo.
Tanto Abreu Galindo como Leonardo Torriani, en sus clásicos textos, hacen referencias a la falta de justicia, pues no llegaron a entender que era más una habilidad que un quebranto de la ley, el robo de ganado, siendo un acto de valentía. Realmente, los hurtos y las riñas tenían respuesta inmediata. En una sociedad tan pequeña, los conflictos se dan inevitablemente entre parientes. En tales casos, resulta posible, con frecuencia que un pariente común de los contendientes, de edad avanzada, intervenga y concierte una conclusión satisfactoria. Idealmente, escribe Elman. R. Service (1990), el arbitraje debe realizarlo un pariente que equidiste de ambos, para que así no pueda existir expectativa alguna de favoritismo. Cuando la disputa tiene lugar entre miembros de diferentes familias y la decisión no resulta clara, surgen dificultades y ante la falta de unanimidad, el recurso más usual es algún tipo de duelo o lucha pública. Este dato está bien documentado en la prehistoria de Canarias, mediante el enfrentamiento de los contendientes primero con lanzamiento de piedras y esquive, luego con los palos y, por último, la lucha cuerpo a cuerpo (los antecedentes de la lucha canaria actual). Estos enfrentamientos son públicos y admirados, donde se debe demostrar las habilidades, la destreza y la agilidad de los enfrentados. Los casos más graves son los asesinatos. Si se producen en el seno de una familia, ésta no presta ninguna atención, pues es un asunto que se arregla internamente. La pérdida de un miembro no parece un motivo razonable para forzar la pérdida de otro. Sin embargo, cuando la injuria es producida por un miembro de otra familia se aplica la ley de la compensación. Esto quiere decir que mientras la parte lesionada no haya obtenido satisfacción, su bienestar futuro, su tranquilidad futura se hallan amenazadas. Sólo cuando se ha pagado la indemnización (tributo de sangre), de nuevo se asegura el bienestar. La compensación, apunta Lucien Lévy-Bruhl (1985), es absolutamente indispensable para el grupo que ha sufrido un grave perjuicio por la muerte de uno de sus miembros. El perjuicio causado expone al grupo, por así decirlo, a otras desgracias. Las potencias malignas no quedarán neutralizadas, desarmadas, colocadas fuera de aquella situación en que todavía pueden dañar. Una vez se ha obtenido la compensación, la suerte cesa de amenazar y renace por tanto la seguridad.
Siguiendo los apuntes de C. Daryll Force (1995), el crimen debe ser vengado por los parientes de la víctima, mediante la muerte del asesino o de uno de sus parientes. Un crimen es considerado en primer lugar como una merma de la fuerza del grupo del hombre asesinado, de su linaje; por lo tanto, el desquite lógico será una correspondiente reducción del grupo ofensor. Sin embargo, el asesino puede a veces obtener protección buscando refugio junto a un jefe poderoso de otro grupo, y en tal caso la deuda es solucionada mediante el pago del precio de la sangre en animales.
Existe un riesgo grande de que el ciclo de hostilidades pueda evolucionar hasta convertirse en una contienda a gran escala. Según E. R. Service, en estas sociedades primitivas, la gente parece darse cuenta de que esto constituye un peligro, y algunas veces incluso previenen las formas de evitarlo. Pero, a veces, la contienda es inevitable, pudiendo enconarse y convertirse en una verdadera guerra. Son escaramuzas mediante emboscadas e incursiones por sorpresa, nunca batallas campales. Los diferentes segmentos awara no pueden mantener muchos hombres en campaña, y por lo tanto las batallas no son grandes ni continuadas. Normalmente duraban un día o dos. No más.
La historiografía actual nos ha querido vender una sociedad aborigen en constante conflicto, basándose en los datos de carácter bélico recogidos por Abreu Galindo. En concreto, dos episodios muy recordados por las siguientes generaciones de aborígenes. En la primera se vieron involucrados los bandos de Aridane y Ahenguareme.

“…siendo un palmero, llamado Chentire, señor de Ahenguareme, tuvo cierto debate con Mayantigo, señor del término de Aridane; y, juntadas sus gentes, se dieron batalla, de la cual salió Mayantigo malherido en el brazo izquierdo, porque se lo pasaron por junto a la mano con una moca; de la cual herida se la dañó y canceró el brazo… Y, ayudándole en esta guerra a Azuquehe, su hermano, tan valiente como él, desbarataron y vencieron a Chentire…”.

La segunda fue de causa común, extendida a todas las partes, después de que Atogmatoma, líder de Tijarafe, se enfrentara a su sobrino Tanausu en los dominios de Acero. Fueron varios días de guerra abierta entre todos los bandos que repartieron su apoyo según los grados de parentesco.

“…sucedieron enemistades entre Atogmatoma, que era el mayor señor de tierra y gente que había en la isla, y Tanausu, su sobrino, hijo de un hermano suyo, señor de Acero, el más fuerte sitio que había en la isla, por las cuales vinieron a hacerse guerra el uno contra el otro. Y, juntos hasta doscientos hombres, fue sobre Tanausu, su sobrino, y a la entrada de Acero, que es por el término de Aridane, que llaman Las Cuevas, halló apercibido a Tanausu con su gente; el cual le resistió la entrada y hizo retirar.
Vista la resistencia de los contrarios, convocó para su socorro a Bediesta y a Tiniaba, sus parientes, los cuales, junta su gente, fueron en socorro de Atogmatoma y entraron por Acero peleando, que con la fuerza de gente que llevaba, no pudo Tanausu resistir la entrada. Y así, se retiró con los suyos a otro paso fuerte, donde con su gente le resistió, y mató muchos de los contrarios, y les hizo dejar el paso. Pero, como Tanausu vió que cada día venía gente de refresco a favor de Atogmatoma, salióse de Acero con su gente y subiéronse al roque de Benehauno, y de allí pidió socorro al capitán Chenauca y a Aganeye y a Suquahe y Juguito y Garehagua, que eran sus primos; los cuales juntaron su gente, para ir en socorro de Tanausu. Pero Chenauca se adelantó con treinta hombres y dejó a Tamanca que fuese por caudillo de su gente; y llegó al término de Aridane, al tiempo que Atogmatoma se apercibía para subir tras de Tanausu; pero pasó, como eran pocos, y fuése a juntar con Tanausu y dióle aviso del socorro que le venía.
Pues, como Atogmatoma reconoció el socorro, mandó ciento cincuenta hombres que se metiesen en el monte, y, después que pasen los contrarios, diesen en ellos de improviso; lo cual se hizo, porque al pasar dieron en la gente de Aganeye, la cual fue toda puesta en huida, y prendieron a Dagentire, padre de Aganeye, que, como era viejo, no tuvo tan buenos pies para huir. Visto por Aganeye la prisión de su padre, volvió a los enemigos con coraje, y peleó tan bien, que le sacó del poder al padre, aunque peleaba sólo con un brazo, y mató e hirió muchos de sus contrarios; pero él quedó tan mal herido, que no pudo pelear más en aquella jornada, aunque Azuquahe, su hermano, suplió la venganza, porque mató muchos de los de Atogmatoma. Y, retirados unos y otros, la gente del socorro no dejó de marchar por juntarse con Tanausu; el cual, como supiese de Chenauca el socorro que le iba, bajó del roque con su gente al llano de Aridane, donde unos y otros se juntaron y apercibieron, para darse otro día siguiente la batalla.
Luego el día siguiente apercibieron los capitanes sus gentes, y dieron la batalla, en la cual fué Atogmatoma desbaratado, vencido y puesto en huída la vuelta de su término. Chenauca, que se halló cerca dél, le siguió mucho trecho por matarle; pero una hija de Atogmatoma asió fuertemente a Chenauca, su primo (que todos eran parientes), y le rogó que no le matase a su padre, por cuyo ruego le dejó. Luego que quedó Atogmatoma desbaratado, cada capitán con su gente se recogió a su término. Puesto que Atogmatoma era el más poderoso capitán, como era envidiado de los otros, temiéndose que por la injuria que había hecho a Tanausu no se tornasen Ageneheye y los demás a conjurar contra él, por confederarse con ellos y hacer paces, determinó casar a Tinabuna, su hija, con Aganeie; y así se celebraron las bodas, y quedaron todos amigos”.


En otra escala bélica se encontraban las defensas establecidas por toda una comunidad de ámbito insular frente a las agresiones exteriores, cada vez más asiduas a partir del siglo XIV, como las protagonizadas por tres naves de una expedición normanda capitaneada por Jean de Bethencourt con claros intereses de ocupación territorial a finales de 1405 o la propia de la conquista contra las tropas castellanas en 1493.

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