grabados rupestres

donde se unen la tierra y el cielo

donde se unen la tierra y el cielo
En La Palma, la arqueología y la astronomía han cruzado las miradas, unos al suelo y otros al cielo, para coincidir en una misma dirección, interrelacionando las observaciones hasta confirmar la importancia de los atros entre los antiguos habitantes de Benawara.
“adoraban al Sol, la Luna y otros planetas” (Alvise Ca’da Mosto, 1455-1457)

"Quienes tratan de interpretar símbolos en sí mismos miran la fuente de luz y dicen:"no veo nada". Pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina. E igual pasa con el simbolismo" (Dan Sperber).





jueves, 30 de agosto de 2007

Un modelo antropológico pastoril

Como forma de vida, el pastoreo es quizá el primer sistema económico inventado por el hombre en el Asia noroccidental y el norte de África, aunque no sabemos con certeza dónde fue primero. Algunas pruebas señalan la posibilidad de una domesticación por separado. Con todo, es posible que la evidencia arqueológica más arcaica de la producción de alimentos en África provenga no de Egipto, sino del Sahara. Desde luego, señala J. Diamond (1998), en la actualidad el Sahara es tan árido que allí ni siquiera puede crecer la hierba. Pero aproximadamente entre el IX y el VI milenio a.C., el Sahara era más húmedo, contenía numerosos lagos y era abundante en caza. En este período, los saharauis empezaron a apacentar ganado vacuno y a elaborar alfarería, a pastorear ovejas y cabras, y puede ser que asimismo hubieran comenzado a cultivar sorgo y mijo. El pastoreo sahariano es anterior a la fecha más antigua conocida (5.200 a.C.) de llegada de la producción alimentaria a Egipto.
Con respecto a la domesticación de bóvidos y ovicápridos, Víctor M. Fernández (1996), deduce que sigue existiendo una abundante polémica sobre tipos y orígenes, causada en gran parte por deficiencias en la identificación y por la situación actual de los tipos africanos. Lo que si parece más seguro es la procedencia asiática de los ovicápridos.
El calificativo de sociedad o cultura pastoril aplicado en una isla como La Palma que, por otro lado, ya venía heredado de África, no descalifica otras actividades; digamos que no es un fenómeno excluyente. Ahora bien, la ganadería era el centro de todas las manifestaciones. Por ejemplo, la práctica ganadera, empeñada en asegurar los pastos para el alimento de sus rebaños, era la responsable de la división político-territorial, con espacios pactados que abarcaban, como ya hemos manifestado, desde la costa hasta la cumbre. La mayor parte de la ocupación económica de los awara giraba en torno al pastoreo. La organización de encuentros y tránsito de ganados fue importante en la organización social. Las discusiones, las disputas, las leyes tenían como base las actividades pastoriles; en este sentido, los mayores delitos se concentraban en los robos de ganado y las disputas sobre los pastos. No es extraño, entonces, que en determinados momentos el territorio insular englobase “islas” políticas y guerras por cuestiones ganaderas.
No parece arriesgado afirmar que el paisaje de la isla de La Palma se decantara a favor de la ganadería como modelo económico. El accidentado relieve y la falta de agua fueron dos murallas infranqueables para la extensión agrícola. Por su puesto, el ámbito medioambiental, la estructura social y las prácticas culturales eran propicias para esta infraestructura económica. El awara optó por agruparse familiarmente mediante vínculos con otros miembros de la unidad social distribuidos por toda la Isla para proteger y compartir los riesgos de las pérdidas individuales. La población, escriben Allen W. Jonson y Timothy Earle (2003), no se centra en un poblado por razones ecológicas obvias. Redes móviles muy dispersas crean un grupo local como medio para distribuir los riesgos del pastoreo y para maximizar los movimientos flexibles y oportunistas hacia los pastos y el agua.
Sabido es que el rebaño es el bien más preciado de los awara, prueba de ello es el léxico pecuniario que ha quedado tras la conquista (cientos de palabras que hacen referencia a los tipos de ganados, diferencias por tamaños, colores, cornamentas, pastizales, productos derivados, etc). El idioma llevó implícito el valor que esta sociedad de pastores otorgaba a sus animales. De ahí que su mayor preocupación fuera el bienestar de sus ganados, principio básico para la buena salud también del grupo humano.
Podemos imaginar el fervor increíble de los sentimientos que el rebaño les inspira y cómo lo cuidan, lo aman y lo veneran. Nada es a sus ojos tan precioso. Es casi el objeto de un culto y de una adoración (mística). Los animales, al igual que las plantas y que los objetos inanimados, viven y actúan como los hombres. Están llenos de respeto, de ahí su actitud con relación a ellos, que no es en ningún modo la de un superior o de un señor irresponsable. De ahí también esos sentimientos complejos de admiración e incluso, a veces, de veneración o el sentimiento o la necesidad de asimilarse a ellos, los cuales imprimen a las representaciones de estos seres un carácter casi religioso. Están en juego las emociones que nosotros no experimentamos (Lévy-Bruhl, 1985).
A lo largo de la historia, el ganado ha sido significativo en la economía pastoril. En primer lugar, los hábitos alimentarios de los animales no entran en competencia biológica con los del hombre (ovejas y cabras se alimentan de celulosa que no forman parte casi de la alimentación humana). En segundo lugar, los animales aportan el grueso de las proteínas, lácteos, pieles, huesos (alimentos y herramientas). Y en tercer lugar, son símbolo de poder y personificación de la riqueza.

El predominio de los ovicápridos
De las cinco grandes especies de mamíferos domésticos herbívoros del mundo, la cabra, la oveja y el cerdo fueron importados por los awara, procediendo a su aclimatación y reproducción. Los primeros datos etnográficos hacen referencia a la cabaña ganadera de La Palma; los restos arqueológicos y los estudios zooarqueológicos en las cuevas del Tendal y El Rincón no hacen más que confirmarlo.
La cabra tiene su cuna en el Asia occidental; el antepasado de la oveja es el muflón asiático y el del cochino, el jabalí presente en Eurasia y norte de África. En cuanto al perro y al gato, también presentes en Benawara (confirmados arqueológicamente), son originarios del suroeste asiático, China y América del Norte, pero oriundos del norte de África.
La experiencia africana les facilitó la adaptación a la nueva superficie insular, teniendo como resultado el incremento de la cabaña ganadera; bien es verdad que evaluar su importancia numérica resulta muy problemático. No obstante, adaptando datos de otros pueblos actuales con sistemas de subsistencia similares al de los awara, mediante un mecanismo comprendido entre el máximo que los pastos puedan soportar y el mínimo que exige la supervivencia, podemos establecer una media aproximada de 90 ovejas y cabras y unos 10 cerdos por cada familia de 9 o 10 componentes, lo que supone unas cifras totales que rondarían las 60.000 cabezas de ganado, en el momento de mayor población, necesarias para satisfacer las necesidades de subsistencia básicas. Un dato interesante, según las crónicas, es el botín de guerra que obtuvieron los conquistadores del ganado que se encontraba en La Caldera y en algunos lugares del norte de la Isla, tras la rendición de Tanausu: 1.200 personas y 20.000 cabezas de ganado.
Los arqueólogos canarios José Cabrera, María A. Perera y Antonio Tejera (1999) recogen un rasgo que caracteriza a todas las sociedades pastoriles, el cuidado de un número elevado de cabezas de ganado para permitir la supervivencia de las familias en caso de catástrofe, mediante la conservación de una fracción mínima del rebaño, a la vez que se facilita su rápida recomposición en virtud del prodigioso potencial reproductivo de la especie tras ser restablecidas las condiciones ecológicas adecuadas. Esta forma de acumulación máxima de excedente ganadero ha sido atribuida equivocadamente a un deseo irracional de poseer animales por prestigio, cuando en realidad se trata de un mecanismo adaptativo para asegurar la subsistencia en episodios críticos. La red de dones y préstamos tejida durante los años buenos, así como las incursiones guerreras y la propia capacidad reproductiva del rebaño facilitan más tarde una recuperación rápida.
En las culturas ganaderas existe una tendencia a aumentar el tamaño de los rebaños muy por encima de las necesidades reales de subsistencia de las unidades familiares para hacer frente a las frecuentes crisis de subsistencia.
La cabra era el animal más apreciado, la especie que mejor se adapta a los parajes accidentados. Este animal era de talla corta, de huesos robustos y fuertes inserciones musculares, producto de su adaptación a terrenos muy escabrosos, las ubres eran pequeñas para facilitar los desplazamientos lo que restaba capacidad lechera. Es probable que algunos grupos de cabras y ovejas permanecieran la mayor parte de su vida en las cercanías de las viviendas permanentes para incrementar su producción lechera.
La especie caprina es la que presenta el mayor rango de adaptación. El alto contenido de agua en su organismo permite una mayor resistencia a la deshidratación y para rehidratarse rápidamente pasado un período de privación. La reducción de las pérdidas de agua se consigue también mediante un bajo nivel de evaporación, heces secas y pequeño volumen urinario diario. Tiene además gran tolerancia a las condiciones salinas elevadas en agua o plantas y están perfectamente adaptadas a la sequía. Por su parte, la oveja y el carnero son descritos por Abreu Galindo (siglo XVI) como animales que no tienen lana, sino el pelo liso como cabras, y de grandes cuerpos; cuyos cueros, gruesos y sueltos, son muy buenos para hacer calzado.
Mientras que en la cueva del Tendal (San Andrés y Sauces), situada en los límites inferiores de la laurisilva, las cabras superan en número a las ovejas, en El Rincón (El Paso), situado a más de 700 m s n m, en medio del pinar, la proporción de cabras y ovejas es muy parecida.
Los diferentes documentos etnográficos aclaran la existencia de cerdos en La Palma; los estudios zooarqueológicos lo confirman. La presencia de las razas africanas se pone de manifiesto en las características de su piel, bastante rugosa y de color oscura y en las finas y cortas extremidades, similar al cochino negro canario actual. Su condición de omnívoros los convertía en animales de fácil crianza, que podían vivir tanto en cautividad, alimentándose con los desperdicios culinarios, como en régimen de manada muy parecido al de los ovicápridos. La crianza de cerdos en la época prehispánica era más fácil en las zonas próximas a la laurisilva. En estos ambientes, escribe Mª García Morales (1989), puede resguardarse mejor de la incidencia de los rayos solares sobre su desprotegida piel y poder mantener su temperatura corporal en los niveles óptimos. Asimismo, es en estas florestas donde los cerdos encuentran la mayor parte de los componentes básicos de su dieta omnívora, formada por frutos, tubérculos y, fundamentalmente, granos. Los bosques de laurisilva poseen todos los requisitos necesarios para satisfacer las exigencias de estos animales. Los estudios zooarqueológicos lo corroboran. Así, los restos óseos de cochino en El Tendal eran mucho más abundantes que en El Rincón.
Por otro lado, los estudios zooarqueológicos realizados en El Tendal y El Rincón confirman la existencia de dos tipos diferentes de perros y la presencia de gatos.
La relación de los pastores con el ganado era tan estrecha que a cada animal se le ponía un nombre y era capaz de responder a las llamadas de su dueño. Los pastores vigilaban el rebaño, buscaban los mejores pastizales, los ordeñaba e incluso los arreglaba y mimaba.
Los bienes alimenticios que se sacaban de los ovicápridos comenzaban en la leche, alimento nutritivo que se consumía sola o mezclada con gofio y/o frangollo. Con la leche se fabricaba la cuajada, el queso y se aprovechaba el suero; se obtenía también la manteca de ganado, muy apreciada tanto por sus cualidades alimenticias como por sus propiedades medicinales. Por su puesto, después del sacrificio del animal, la carne se destinaba íntegra al consumo humano; del cerdo se apreciaba mucho la reserva de carne y el tocino; de los ovicápridos la carne, y los huesos se machacaban para la extracción del tuétano y la grasa.
La materia prima obtenida de los despieces de los animales era aprovechada para construir diversos artefactos de uso doméstico o de ajuar personal. En este sentido, se pueden distinguir toda una gama de tipos y subtipos que van desde los punzones, pasando por las espátulas, los tubos óseos, hasta las cuentas de collar y colgantes. También existen falanges perforadas de significado impreciso.
La isla de La Palma tiene unos contrastes ecológicos muy marcados por la pendiente de la montaña. Entre el mar y la nieve, las diferentes zonas ecológicas se amontonan como dispuestas en hileras, abundando una gran variedad de hierbas autóctonas suculentas. Los campos de pastoreo contaban con una riqueza enorme de recursos forrajeros. Por lo tanto, la adaptación a su naturaleza fue rápida y eficiente.
Actualmente, en la isla de La Palma se han prohibido todas las prácticas de pastoreo de cumbre como método de reserva y preservación de la flora endémica en los entornos del parque Nacional de La Caldera de Taburiente. La medida tiene sus más y sus menos al suponer la definitiva desaparición de un uso ancestral. Los aprovechamientos de los pastos de los montes por la ganadería extensiva tienen un carácter genuino con características propias. Sobre este asunto nos cuenta el Ingeniero de Montes Alfonso San Miguel (www.juntadeandalucia.es/medio) que los sistemas pastorales y silvopastorales son diversos y complejos, siempre susceptibles de uso múltiple esenciales para la estabilización del medio natural. Como sucede en la mayor parte de los sistemas forestales, el aprovechamiento del producto conlleva, además la regeneración del sistema. En este caso, el producto es la principal herramienta de perpetuación del pasto. El pastor permite aprovechar los recursos pastables pero, sobre todo, constituye su principal modo de persistencia. No hay pasto sin ganado. El ganado crea y perpetúa los pastos. De un modo extensivo se pueden aprovechar los pastos con eficiencia. Asimismo, el pasto, como producto, no vale nada hasta que se lo come el ganado.
Los pastos que se encuentran en la superficie de la Isla son el resultado de un largo proceso de coevolución del hombre, el ganado y las comunidades vegetales, siendo visible el modelado del paisaje abarrotado de potenciales pastizales. Muy poco se debe al azar, pues cada detalle tiene su explicación relacionada con las características del medio natural y con la historia. Más que destruir, la ganadería controlada introduce heterogeneidad en el paisaje.
A escala de la comunidad vegetal, la actividad pastoral también determina la estructura y composición de los pastos. En La Palma se discute sobre los beneficios en la flora tras la desaparición del pastoreo. En las zonas bajas se ha desarrollado la vegetación leñosa, signo inconfundible del infrapastoreo. A la herbácea le sucede todo lo contrario, las especies más apetecibles por el simple hecho de serlo, han sufrido durante milenios, un proceso de selección que ha favorecido una resistencia genética, desarrollando aspectos morfológicos y fisiológicos que permiten resistir el pastoreo y regenerarse bajo él. En un sistema de pastoreo no excesivamente intenso, estas especies más apetecidas tienden a aumentar su número, mejorando su cobertura y su calidad. En este sentido, se puede afirmar que los mejores pastos los ha creado el ganado por medio de pastoreo continuado.
La sobreexplotación y la ausencia de ganado provocan primero un embastecimiento de la hierba y, posteriormente, una evolución hacia la vegetación leñosa por sucesión natural. Actualmente, la recuperación de la vegetación endémica de las cumbres de La Caldera se está haciendo de manera artificial, mediante el corte de codesos y la plantación de semillas y plantones, incluso ayudadas con riego. Cuando los animales pastaban, se producía un aumento de la actividad biológica sobre y en el suelo de los pastos, había abundancia de microorganismos detritívoros e, incluso, micorrizas y otros hongos simbióticos que contribuyen muy efectivamente a acelerar los ciclos de nutrientes y generar fertilizantes dependientes en gran medida de la actividad del ganado. Este contribuye al transporte y distribución de la fertilidad, a la dispersión de muchas especies vegetales; contribuye a la existencia de especies faunísticas amenazadas como las aguilillas, los guirres o los cuervos; reduce el riesgo de incendios y, si bien es verdad, que el pastoreo puede contribuir a la desaparición de especies vegetales amenazadas cuando es intensivo, también pone de manifiesto que hay muchas especies vegetales amenazadas que dependen, en mayor o menor grado, de la actividad ganadera.
El resultado final de un pastoreo extensivo, moderado y racional, no sólo permite convertir en bienes económicos los recursos naturales sino que incrementa y perpetúa la diversidad biológica. Lo que sucedió durante el período prehistórico correspondiente a las fases cerámicas III y IV fue un aumento espectacular de la cabaña ganadera y de la presión sobre los pastizales de cumbre, provocando una reducción de algunas especies a favor de otras menos apetecibles (codeso).

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