grabados rupestres

donde se unen la tierra y el cielo

donde se unen la tierra y el cielo
En La Palma, la arqueología y la astronomía han cruzado las miradas, unos al suelo y otros al cielo, para coincidir en una misma dirección, interrelacionando las observaciones hasta confirmar la importancia de los atros entre los antiguos habitantes de Benawara.
“adoraban al Sol, la Luna y otros planetas” (Alvise Ca’da Mosto, 1455-1457)

"Quienes tratan de interpretar símbolos en sí mismos miran la fuente de luz y dicen:"no veo nada". Pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina. E igual pasa con el simbolismo" (Dan Sperber).





viernes, 31 de agosto de 2007

Cumbre Vieja, la geografía del miedo y la desconfianza

“La sociedad y la naturaleza descansan sobre la conservación de un orden universal, protegido por múltiples prohibiciones que aseguran la integridad de las instituciones, la regularidad de los fenómenos. Todo lo que parece garantizar su salud, su estabilidad, está considerado como santo; todo lo que parece comprometerlas se tiene por sacrílego” Roger Caillois (1996).

El pensamiento religioso es universal, los sistemas de fe (las creencias) y los sistemas de culto son hábitos permanentes en las sociedades antiguas y modernas como fenómenos sociales en imposición de tradiciones colectivas. El concepto de naturaleza insular que aquí tratamos de defender establece una división de espacios que los miembros de la comunidad consideran familiares o extraños, sobre todo, en base a la dependencia del modo en que viven en él y lo utilizan. De aquí, como demuestra Emilie Durkheim (1992), la resultante crítica: la escisión del mundo en dos esferas radicalmente distintas, la de lo sagrado y la de lo profano; esta dicotomía es el resultado de la explicación obligatoria de las creencias religiosas. Ambos son necesarios para el desarrollo de la vida.
Los seres humanos somos animales territoriales. Definimos los espacios, los marcamos para las aplicaciones específicas, creamos límites visibles e invisibles, establecemos convenciones culturales del comportamiento hacia esos límites, y lo defendemos contra intrusiones indeseadas. Entonces, cada mitología, cada religión, especifica su particular visión y relación con lo profano. La Palma prehispánica no es una excepción.
Si los espacios sagrados de La Palma, como hemos visto, están llenos de elementos religiosos –grabados rupestres, amontonamientos, cazoletas y canales…-, el espacio opuesto no consagrado, sin estructura ni consistencia (amorfo), se encuentra vacío de esos elementos. Basta tan sólo un signo cualquiera portador de un significado religioso para indicar la sacralizad del lugar, para introducir el elemento absoluto y poner fin a la relatividad y a la confusión. Sin embargo, a pesar de la intensa búsqueda, éste no aparece.
La experiencia profana engloba un espacio homogéneo y neutro; aquí todo es relativo y la orientación verdadera aparece y desaparece según las necesidades cotidianas. Este género de representaciones carece de correspondencia exacta en nuestro pensamiento moderno; es indistinta a nuestros ojos, si bien resultaba perfectamente satisfactoria para la mentalidad original.
Cumbre Vieja representaba para los awara un tabú, lo inquietante, peligroso, prohibido o impuro. El concepto de tabú entraña, pues, una idea de reserva, y, en efecto, se manifiesta esencialmente en prohibiciones y restricciones, de temor sagrado. Las restricciones tabú son algo muy distinto de las prohibiciones puramente morales o religiosas. No emanan de ningún mandamiento divino, sino que autoextraen su propia autoridad. Este tipo de prohibiciones tabú carecen de todo fundamento. Su origen es desconocido. Incomprensibles para nosotros, parecen naturales a aquellos que viven bajo su imperio. Nos encontramos ante el desorden, lo profano, la amenaza, el caos.
Por otro lado, Lucien Lévy-Bruhl (1985) subraya la existencia de una fuerza impersonal que es el alma de las cosas. Tenía una personalidad, pero sólo según los caracteres específicos del ser en donde residía. Podía ser buena o maléfica; podía causar dolor o sentirlo, podía poseer y ser poseída. Siendo intangible, podía, sin embargo, como el aire, como el viento, manifestar su presencia. Pueden ser objetos extraños, misteriosos o secretos; son sagrados en el sentido de que no conviene acercarse a ellos ni tocarlos. Tienen una potencia para el bien y el mal.
¿Cómo interpreta entonces el awara esta negatividad? Sencillamente creyendo que todo aquello que teme por el mal que puede hacerle, todo lo que sobrepasa la fuerza o la inteligencia del hombre, lo que le da miedo a causa de su carácter extraño, todo lo que es extraordinario y dañino (truenos, relámpagos, terremotos, volcanes, lava, fuego…) son manifestaciones de espíritus y fuerzas misteriosas profanas; por todo esto, es necesario establecer un espacio físico como residencia del maligno.
Desde 1997 venimos publicando la localización más o menos exacta de ese espacio profano en la Isla, situado en Cumbre Vieja, sobre la crestería de la dorsal, en el dominio de lo negro (terreno volcánico). En todos los lugares y culturas del mundo los volcanes determinan un lugar de terror, de inquietud y desorden, morada de las fuerzas maléficas, manifiesta en los temblores, ruidos, erupciones, fuego, lava…
La dorsal Cumbre Vieja que recorre la mitad sur de La Palma es una de las más activas del mundo. Conos, coladas y diversos materiales volcánicos se diseminan a uno y otro lado del cerro cumbrero. Su paisaje todavía hoy infunde un gran respeto y admiración ante la magnitud de los procesos eruptivos.
Desde los primeros instantes de la presencia aborigen en suelo palmero se determinó el espacio profano en la dorsal Cumbre Vieja por ser el lugar donde los volcanes se sucedían con fuerza, provocando el terror entre los awara (el temor religioso es a su vez un temor ordinario). Extraño y extraviado lugar temerario que ha recibido en suerte los aspectos terribles y peligrosos. Es un espacio que tiene una dirección topográfica norte-sur, de por sí, contraria a la orientación sagrada, lo que va en contra de las leyes naturales awara. El estratovolcán marca el confín o límite de lo habitable. Se puede vivir en sus proximidades y circular en su entorno, pero no habitar al ser el espacio no domesticable.
No podemos saber los ciclos sacros o profanos que ha tenido Cumbre Vieja a lo largo de los dos milenios de ocupación aborigen; los límites variaron, aunque no en exceso. En el extremo sur son algo confusos, no detectándose los primeros restos cerámicos de la fase IV y las primeras cabañas hasta el Caldero de Los Arreboles (Fuencaliente). Si podemos confirmar, basándonos en los restos arqueológicos, que el extremo norte tenía como límite el Llano Amarillo. A partir de aquí, la cota aproximada que limita la zona profana podría estar situada sobre los 1.600 o 1.700 m. s. n. m. hasta la Montaña del Cabrito; luego comenzaría a bajar progresivamente hasta los 1.400 o 1.500 m. en Montaña Cabrera y a los 1.000 m. en el entorno de la Fuente de Los Roques y El Caldero de Los Arreboles.

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