“La instalación en un territorio equivale a la fundación de un mundo”.
F. Fernández-Armesto (2002) nos indica que muchos lugares del Planeta presentan graves inconvenientes naturales para favorecer el establecimiento humano y la modificación del paisaje: los hielos, las selvas y los desiertos ejercen la presión adversa de las leyes de la naturaleza. Los pocos que se atrevieron a establecerse desarrollaron una sabiduría que les indica que hay que evitar la construcción de asentamientos permanentes. Someterse a los condicionantes de la naturaleza es una actitud astuta. Con frecuencia, quienes comprenden mejor la naturaleza no intentan con demasiado ahínco cambiarla.
El pensamiento antiguo entiende que la naturaleza es algo a lo que no hay que oponerse, ni si quiera intentar mejorarla, ni buscar independizarse de ella, puesto que la naturaleza es un don de Dios y por lo tanto es perfecta, incluso cuando se vuelve hostil, mediante mortíferas sequías, epidemias, hambrunas y la muerte, sigue estando ordenada. Esta exigencia de orden se encuentra en la base de todo pensamiento, pues cada cosa debe estar en su lugar, inclusive podríamos decir que es esto lo que la hace sagrada, puesto que al suprimirla, aunque sea en el pensamiento, el orden entero del universo quedaría destruido (Lévy-Strauss, 2002).
Desde la Prehistoria, la diversidad humana ha sostenido una relación dinámica con la Tierra en tanto organismo vivo, cuyas imágenes y materia se han empleado para dar sentido a la existencia. Las personas son parte de esa línea continua que constituye la naturaleza y no pueden hallarse más que en el entramado de sus entornos y en la confusión de unos ecosistemas de los que forman parte. Ahora bien, la historia siguió trayectorias distintas para diversos pueblos debido a las diferencias existentes en los entornos, no debido a diferencias biológicas entre los propios pueblos. O quizá diríamos que las asombrosas distancias entre los pueblos de los distintos continentes son el producto de sus respectivos medios.
Las ciencias sociales tradicionales han soslayado la cuestión ambiental por no integrar la base ecológica como condicionamiento del proceso vital del hombre antiguo. La disciplina científica social que nosotros fomentamos debe estudiar la sociedad y su relación con la naturaleza, trabajada y transformada por los seres humanos. La antigua ideología alemana recogida por Carlos Marx considera la Historia dividida en dos aspectos, historia de la humanidad e historia de la naturaleza, condicionadas recíprocamente. Según el pensamiento marxista, la sociedad es la plena unidad esencial del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección, el naturalismo realizado del hombre y el realizado humanismo de la naturaleza.
Henry Lefebvre, entre otros, destacan asimismo el concepto marxista de que la naturaleza es la fuente del valor de uso, la base de la acción, el medio del que emerge el ser humano con todas sus particularidades biológicas, étnicas, etc., relacionadas con el clima, el territorio o la historia, con la sintonía entre la naturalidad y la humanidad.
Cuando el hombre moderno domina la naturaleza, ésta se convierte en algo carente de significado, con pérdida de sacralidad, y se llega a considerar como objeto de uso y gozo. Así es como aplica su ciencia la ecología tradicional que ni si quiera considera al hombre como parte del ecosistema. Precisamente, escribe Seyyed Hossein (www.webislam.com), es el dominio de la naturaleza el que causó el problema de superpoblación, la falta de espacio para respirar, la coagulación y la congestión de la vida de ciudad, el agotamiento de recursos naturales, la destrucción de las bellezas naturales, la destrucción del medio ambiente vital por medio de las máquinas y sus productos, el aumento anormal de enfermedades mentales y mil y una dificultades más como la guerra de gran alcance. El sentido de dominio sobre la naturaleza y un concepto materialista acerca de ésta por parte del hombre moderno se combinan, además, con una lujuria y un sentido de codicia que plantean una exigencia cada vez mayor sobre el medio ambiente. Por todas partes existe el deseo de conquistar a la naturaleza, pero en ese proceso se destruye el valor del conquistador mismo, que es el hombre, y se amenaza su existencia misma. La armonía ha sido destruida.
El mismo autor, en otro artículo, manifiesta el contraste entre el hombre tradicional, sabedor de sus orígenes, por qué vivía y adónde iba, y el hombre moderno zafado de sus raíces, sin saber de dónde viene ni cuál será su fin y, por lo tanto, no sabe por qué está viviendo.
Mediante el grado de incidencia del hombre sobre la tierra, en el caso que nos atañe (en La Palma prehispánica), se pone en marcha un proceso de incorporación de la naturaleza al nuevo proyecto humano de gestión de los recursos, una realidad todavía parcial en los primeros instantes de la gran arribada. Este proceso de antropización de un territorio se desarrolla necesariamente con el tiempo; y este transcurso temporal, explica Guillermo Bengos (www.unq.edu.ar), genera distintos estadios de dominación e interrelación entre la sociedad y la naturaleza que actúa como soportante de las actividades humanas. Toda acción del hombre produce cambios en el ambiente, y esos cambios vuelven a incidir sobre las conductas humanas, condicionando su mantenimiento. Sin caer en determinismos geográficos, hay una evidente relación mutua entre los recursos naturales, los espacios físicos y las civilizaciones que allí se desarrollan.
El awara proyecta la cultura sobre la naturaleza y tiene por efecto general la antropomorfización de la naturaleza, la humanización de sus leyes, pero, al mismo tiempo, de forma complementaria y opuesta, la naturalización de la acción humana, aplicando la naturaleza sobre la cultura, principal fuente de sabiduría. Podemos confirmar que la naturaleza fue su fuente de inspiración. Y también es importante considerar que para su mentalidad, el cosmos entero es sagrado, en cuanto a que él es el símbolo que expresa visiblemente aquello que es invisible. Esto se atribuye a una actitud superior, a una comprensión de la sacralidad simbólica de la naturaleza, asumida como una revelación y no como un descubrimiento.
Poco a poco, el abordaje del nuevo intruso humano sobre un medio muy frágil como es un ecosistema insular, va determinando los esquemas teóricos, que dieron paso a los prácticos, de cómo mantener la relación con el medio y qué estilo de desarrollo debía aplicar. Lo podemos resumir en cuatro etapas:
1.- El conocimiento del terreno y de los pisos vegetales; esto es, de la ecología o su relación con los biomas naturales.
2.- El mantenimiento de un equilibrio entre el hombre y el medio natural, o lo que es lo mismo, entre la capacidad de carga vegetal y consumo humano.
3.- Evitar la amenaza de la superpoblación o el desequilibrio del sistema medioambiental provocado, lo que nos llevaría al siguiente punto.
4.- Restablecer el equilibrio mediante un proyecto cultural.
Al final, es el entorno el que rechaza los proyectos de civilización, confirmado por el autoaislamiento insular que da la espalda al mar, gracias a la generosidad de la naturaleza, creando cinco dimensiones yuxtapuestas, a través de las cuales los aborígenes de La Palma percibieron, usaron y conceptualizaron el paisaje:
A.1. “Territorio de familia”, definido como el área de explotación habitual y preferencial de los miembros familiares que se establecen en comunidad sobre el mismo espacio; aquí realizan sus actividades cotidianas y el aprovechamiento variado de los recursos. Sus límites varían de una familia a otra, de un medio a otro y no existe sensación de propiedad, sino de derecho a utilizarlo; cada miembro del grupo tiene un profundo conocimiento de sus rasgos y accidentes, lo que permite una hábil planificación de la explotación y de los desplazamientos residenciales y logísticos. El conocimiento del medio es total.
A.2. “Grupo de parentesco cercano”; relaciona a un conjunto de familias emparentadas por linaje directo y que se pueden establecer en diferentes espacios de la Isla. Los miembros de la comunidad se mueven sin restricciones para realizar visitas y utilizar los recursos existentes con una fuerte carga de relación social.
A.3. Se relaciona con el “grupo mayor de filiación” al que pertenecen todos los moradores de la Isla y sobre los que se entabla una normativa común. Se reúnen siempre, al menos una vez al año y excepcionalmente cuando surgen cuestiones que afectan a todos. De una u otra manera, mantienen una unidad de parentesco familiar.
A.4. “Territorios distantes de cumbre” que pueden ser privativos de determinados grupos de parentesco o comunales sobre los que se ejerce una emotiva sacralidad, la explotación ganadera y la recolección estacionales.
A.5. “Territorio mítico”, concebido, sin embargo, como real y tangible en el mundo físico, aunque responda también a las mismas características de inmaterialidad, donde habitan los seres y espíritus malignos –entre ellos Iruene-. En este mismo contexto se producía a menudo en la población humana una carga de temor, de incertidumbre y, consiguientemente, de fatalismo ante manifestaciones no controlables del propio ambiente, tales como carestías, epidemias, mortalidad infantil, corta duración de la vida humana, etc.
Definitivamente, los awara se mezclaron con la naturaleza, digamos se confundieron con ella y formaron una unidad sensible; su mimetismo fue tan fuerte que no podemos abarcar hoy un estudio de su historia sin la naturaleza en sus dos expresiones (terrenal y cósmica) de la que forman parte. Son hijos de la naturaleza. Los lazos se estrecharon en todo su ciclo vital como resultado de una actividad consciente: naturaleza como macrocosmos y el hombre como su espejo (microcosmos). De este modo, la visión del paisaje está determinada por sus antecedentes culturales, perspectiva espiritual y su experiencia vital. Podríamos determinar que la vida de los awara es la vida en la naturaleza y así reconocer que son parte de ella.
Las condiciones naturales no se experimentan. Es más, no tienen existencia propia, pues son función de las técnicas y del género de vida de la población que las define y que les da un sentido, aprovechándolas en una dirección determinada. Asegura Lévy-Strauss (2002) que la naturaleza no es contradictoria en sí misma; puede serlo solamente, en los términos de la actividad humana particular que se inscribe en ella; y las propiedades del medio adquieren significaciones diferentes, según la forma histórica y técnica que cobra tal o cual género de actividad. Por otra parte, las relaciones del hombre con el medio natural desempeñan el papel de objetos de pensamiento: el hombre no las percibe pasivamente, las tritura después de haberlas reducido a conceptos, para desprender de ellas un sistema que nunca está predeterminado. En este sentido, creemos que la experiencia awara adquiere su propia particularidad. Aprendieron a distinguir las razas y variedades de animales y plantas existentes, conociendo los caracteres y el modo de vivir, sin preocuparse de extender o profundizar su sabiduría más allá de lo estrictamente práctico. Ahora bien, su mirada es diferente a la nuestra; muestra un sentimiento de unidad y un deseo de comunicarse que los hace dependientes de las plantas y los animales hasta un punto que nosotros no podríamos imaginar. Se unen a ellos para participar de su potencia mística y de sus envidiables privilegios.
F. Fernández-Armesto (2002) nos indica que muchos lugares del Planeta presentan graves inconvenientes naturales para favorecer el establecimiento humano y la modificación del paisaje: los hielos, las selvas y los desiertos ejercen la presión adversa de las leyes de la naturaleza. Los pocos que se atrevieron a establecerse desarrollaron una sabiduría que les indica que hay que evitar la construcción de asentamientos permanentes. Someterse a los condicionantes de la naturaleza es una actitud astuta. Con frecuencia, quienes comprenden mejor la naturaleza no intentan con demasiado ahínco cambiarla.
El pensamiento antiguo entiende que la naturaleza es algo a lo que no hay que oponerse, ni si quiera intentar mejorarla, ni buscar independizarse de ella, puesto que la naturaleza es un don de Dios y por lo tanto es perfecta, incluso cuando se vuelve hostil, mediante mortíferas sequías, epidemias, hambrunas y la muerte, sigue estando ordenada. Esta exigencia de orden se encuentra en la base de todo pensamiento, pues cada cosa debe estar en su lugar, inclusive podríamos decir que es esto lo que la hace sagrada, puesto que al suprimirla, aunque sea en el pensamiento, el orden entero del universo quedaría destruido (Lévy-Strauss, 2002).
Desde la Prehistoria, la diversidad humana ha sostenido una relación dinámica con la Tierra en tanto organismo vivo, cuyas imágenes y materia se han empleado para dar sentido a la existencia. Las personas son parte de esa línea continua que constituye la naturaleza y no pueden hallarse más que en el entramado de sus entornos y en la confusión de unos ecosistemas de los que forman parte. Ahora bien, la historia siguió trayectorias distintas para diversos pueblos debido a las diferencias existentes en los entornos, no debido a diferencias biológicas entre los propios pueblos. O quizá diríamos que las asombrosas distancias entre los pueblos de los distintos continentes son el producto de sus respectivos medios.
Las ciencias sociales tradicionales han soslayado la cuestión ambiental por no integrar la base ecológica como condicionamiento del proceso vital del hombre antiguo. La disciplina científica social que nosotros fomentamos debe estudiar la sociedad y su relación con la naturaleza, trabajada y transformada por los seres humanos. La antigua ideología alemana recogida por Carlos Marx considera la Historia dividida en dos aspectos, historia de la humanidad e historia de la naturaleza, condicionadas recíprocamente. Según el pensamiento marxista, la sociedad es la plena unidad esencial del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección, el naturalismo realizado del hombre y el realizado humanismo de la naturaleza.
Henry Lefebvre, entre otros, destacan asimismo el concepto marxista de que la naturaleza es la fuente del valor de uso, la base de la acción, el medio del que emerge el ser humano con todas sus particularidades biológicas, étnicas, etc., relacionadas con el clima, el territorio o la historia, con la sintonía entre la naturalidad y la humanidad.
Cuando el hombre moderno domina la naturaleza, ésta se convierte en algo carente de significado, con pérdida de sacralidad, y se llega a considerar como objeto de uso y gozo. Así es como aplica su ciencia la ecología tradicional que ni si quiera considera al hombre como parte del ecosistema. Precisamente, escribe Seyyed Hossein (www.webislam.com), es el dominio de la naturaleza el que causó el problema de superpoblación, la falta de espacio para respirar, la coagulación y la congestión de la vida de ciudad, el agotamiento de recursos naturales, la destrucción de las bellezas naturales, la destrucción del medio ambiente vital por medio de las máquinas y sus productos, el aumento anormal de enfermedades mentales y mil y una dificultades más como la guerra de gran alcance. El sentido de dominio sobre la naturaleza y un concepto materialista acerca de ésta por parte del hombre moderno se combinan, además, con una lujuria y un sentido de codicia que plantean una exigencia cada vez mayor sobre el medio ambiente. Por todas partes existe el deseo de conquistar a la naturaleza, pero en ese proceso se destruye el valor del conquistador mismo, que es el hombre, y se amenaza su existencia misma. La armonía ha sido destruida.
El mismo autor, en otro artículo, manifiesta el contraste entre el hombre tradicional, sabedor de sus orígenes, por qué vivía y adónde iba, y el hombre moderno zafado de sus raíces, sin saber de dónde viene ni cuál será su fin y, por lo tanto, no sabe por qué está viviendo.
Mediante el grado de incidencia del hombre sobre la tierra, en el caso que nos atañe (en La Palma prehispánica), se pone en marcha un proceso de incorporación de la naturaleza al nuevo proyecto humano de gestión de los recursos, una realidad todavía parcial en los primeros instantes de la gran arribada. Este proceso de antropización de un territorio se desarrolla necesariamente con el tiempo; y este transcurso temporal, explica Guillermo Bengos (www.unq.edu.ar), genera distintos estadios de dominación e interrelación entre la sociedad y la naturaleza que actúa como soportante de las actividades humanas. Toda acción del hombre produce cambios en el ambiente, y esos cambios vuelven a incidir sobre las conductas humanas, condicionando su mantenimiento. Sin caer en determinismos geográficos, hay una evidente relación mutua entre los recursos naturales, los espacios físicos y las civilizaciones que allí se desarrollan.
El awara proyecta la cultura sobre la naturaleza y tiene por efecto general la antropomorfización de la naturaleza, la humanización de sus leyes, pero, al mismo tiempo, de forma complementaria y opuesta, la naturalización de la acción humana, aplicando la naturaleza sobre la cultura, principal fuente de sabiduría. Podemos confirmar que la naturaleza fue su fuente de inspiración. Y también es importante considerar que para su mentalidad, el cosmos entero es sagrado, en cuanto a que él es el símbolo que expresa visiblemente aquello que es invisible. Esto se atribuye a una actitud superior, a una comprensión de la sacralidad simbólica de la naturaleza, asumida como una revelación y no como un descubrimiento.
Poco a poco, el abordaje del nuevo intruso humano sobre un medio muy frágil como es un ecosistema insular, va determinando los esquemas teóricos, que dieron paso a los prácticos, de cómo mantener la relación con el medio y qué estilo de desarrollo debía aplicar. Lo podemos resumir en cuatro etapas:
1.- El conocimiento del terreno y de los pisos vegetales; esto es, de la ecología o su relación con los biomas naturales.
2.- El mantenimiento de un equilibrio entre el hombre y el medio natural, o lo que es lo mismo, entre la capacidad de carga vegetal y consumo humano.
3.- Evitar la amenaza de la superpoblación o el desequilibrio del sistema medioambiental provocado, lo que nos llevaría al siguiente punto.
4.- Restablecer el equilibrio mediante un proyecto cultural.
Al final, es el entorno el que rechaza los proyectos de civilización, confirmado por el autoaislamiento insular que da la espalda al mar, gracias a la generosidad de la naturaleza, creando cinco dimensiones yuxtapuestas, a través de las cuales los aborígenes de La Palma percibieron, usaron y conceptualizaron el paisaje:
A.1. “Territorio de familia”, definido como el área de explotación habitual y preferencial de los miembros familiares que se establecen en comunidad sobre el mismo espacio; aquí realizan sus actividades cotidianas y el aprovechamiento variado de los recursos. Sus límites varían de una familia a otra, de un medio a otro y no existe sensación de propiedad, sino de derecho a utilizarlo; cada miembro del grupo tiene un profundo conocimiento de sus rasgos y accidentes, lo que permite una hábil planificación de la explotación y de los desplazamientos residenciales y logísticos. El conocimiento del medio es total.
A.2. “Grupo de parentesco cercano”; relaciona a un conjunto de familias emparentadas por linaje directo y que se pueden establecer en diferentes espacios de la Isla. Los miembros de la comunidad se mueven sin restricciones para realizar visitas y utilizar los recursos existentes con una fuerte carga de relación social.
A.3. Se relaciona con el “grupo mayor de filiación” al que pertenecen todos los moradores de la Isla y sobre los que se entabla una normativa común. Se reúnen siempre, al menos una vez al año y excepcionalmente cuando surgen cuestiones que afectan a todos. De una u otra manera, mantienen una unidad de parentesco familiar.
A.4. “Territorios distantes de cumbre” que pueden ser privativos de determinados grupos de parentesco o comunales sobre los que se ejerce una emotiva sacralidad, la explotación ganadera y la recolección estacionales.
A.5. “Territorio mítico”, concebido, sin embargo, como real y tangible en el mundo físico, aunque responda también a las mismas características de inmaterialidad, donde habitan los seres y espíritus malignos –entre ellos Iruene-. En este mismo contexto se producía a menudo en la población humana una carga de temor, de incertidumbre y, consiguientemente, de fatalismo ante manifestaciones no controlables del propio ambiente, tales como carestías, epidemias, mortalidad infantil, corta duración de la vida humana, etc.
Definitivamente, los awara se mezclaron con la naturaleza, digamos se confundieron con ella y formaron una unidad sensible; su mimetismo fue tan fuerte que no podemos abarcar hoy un estudio de su historia sin la naturaleza en sus dos expresiones (terrenal y cósmica) de la que forman parte. Son hijos de la naturaleza. Los lazos se estrecharon en todo su ciclo vital como resultado de una actividad consciente: naturaleza como macrocosmos y el hombre como su espejo (microcosmos). De este modo, la visión del paisaje está determinada por sus antecedentes culturales, perspectiva espiritual y su experiencia vital. Podríamos determinar que la vida de los awara es la vida en la naturaleza y así reconocer que son parte de ella.
Las condiciones naturales no se experimentan. Es más, no tienen existencia propia, pues son función de las técnicas y del género de vida de la población que las define y que les da un sentido, aprovechándolas en una dirección determinada. Asegura Lévy-Strauss (2002) que la naturaleza no es contradictoria en sí misma; puede serlo solamente, en los términos de la actividad humana particular que se inscribe en ella; y las propiedades del medio adquieren significaciones diferentes, según la forma histórica y técnica que cobra tal o cual género de actividad. Por otra parte, las relaciones del hombre con el medio natural desempeñan el papel de objetos de pensamiento: el hombre no las percibe pasivamente, las tritura después de haberlas reducido a conceptos, para desprender de ellas un sistema que nunca está predeterminado. En este sentido, creemos que la experiencia awara adquiere su propia particularidad. Aprendieron a distinguir las razas y variedades de animales y plantas existentes, conociendo los caracteres y el modo de vivir, sin preocuparse de extender o profundizar su sabiduría más allá de lo estrictamente práctico. Ahora bien, su mirada es diferente a la nuestra; muestra un sentimiento de unidad y un deseo de comunicarse que los hace dependientes de las plantas y los animales hasta un punto que nosotros no podríamos imaginar. Se unen a ellos para participar de su potencia mística y de sus envidiables privilegios.
1 comentario:
QUE PAGINA MAS CHEVERE XKE NOS DA UNA IMPORTANTE LECCION
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